En el remanso del Duero

TERCER PREMIO

I Concurso de Relatos Breves de la Biblioteca Municipal de Castronuño

Título: En el remanso del Duero

Autor: José Carlos Iglesias Dorado

Categoría 4 (Adultos)

En el remanso del Duero

 

La maestra dice que si te montas en una barca y remas,  y remas, y sigues remando, puedes llegar hasta Portugal. En Portugal hablan otro idioma, pero no debe ser muy diferente del nuestro, porque en una ocasión vi como mi padre se entendía con un feriante que había venido para las fiestas de San Miguel. El feriante le preguntó en castellano que a qué hora salía el tren para Medina del Campo, y mi padre le dijo la hora en portugués.  A esto se le llama invertir los términos, y nos lo enseñó la maestra un día que pilló a Adelaida sentada en su silla imitando su forma de hablar. No sé si vosotros pensaréis lo mismo,  pero es que a mí esto de aprender idiomas siempre me ha dado mucha pereza. ¿No sería mejor que existiera un mismo idioma para todos? Así la maestra no tendría que perder el tiempo enseñándonos a pronunciar  an, de, trua… o guan, chu, fri;  y se podría dedicar a pasear. Como Machado, ese poeta andaluz que se vino a pasar frío a Soria y del que una vez nos enseñó un poema muy bonito y nos contó que acabó sus días en una mísera pensión de un pueblo francés.

¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!

¡Castilla, tus decrépitas ciudades!

¡La agria melancolía que puebla tus sombrías soledades!

¿Para que querría el poeta irse hasta Francia? Seguro que si hubiera conocido la pensión de Casa Pepe se habría quedado una temporada en nuestro pueblo. Es más, para llegar solo habría necesitado  una barca y ponerse a remar por el Duero a favor de corriente.  De San Saturio hasta el alto de la Muela. Mejor le hubiera ido al poeta haberse venido aquí. Una vez en el pueblo le habría dejado la barca Abundio y si se hubiera puesto a remar, y a remar, hubiera llegado a Portugal. Claro que entonces el Anguila no habría encontrado la manera de ir a pescar bogas, barbos y bermejas. Y quizás se hubiera muerto de hambre. De esas cosas sabe mucho mi abuela, que dice que las pasó moradas cuando la posguerra. Anda que no la he oído veces contar lo del pelargón y la hogaza de pan de centeno untada en vino espeso de Toro. O eso que cuenta, que vete tú a saber si es verdad, de cuando iban a vendimiar y del hambre que pasaban se comían más racimos de los que iban al canasto. Y después les entraba cagalera y se tenían que ir corriendo a hacerlo detrás de un majuelo desde el que veían la silueta de la iglesia. Y cuando se levantaban y veían la torre se acordaban de Cristo,  y les entraban retortijones por haberse bebido la sangre del señor antes siquiera de que se hubiera convertido en vino. Eran épocas donde casi todo era pecado, no como ahora, que dice mi abuela que desde que llegó el cura nuevo los pecados han pasado a la historia.  Mi abuela también dice que es el mejor de todos los que han oficiado en Santa María del Castillo,  porque este no se entera de nada y los demás se enteraban de todo. También debe contribuir  que un día dijera en el altar, nada de subirse al púlpito como hacían antes, que quien coge algo ajeno  para matar el hambre no está incurriendo en pecado. Y que hay que aprender a apañarse uno como pueda, que de esas cosas los abuelos saben un montón.

Bueno eso lo dice también la maestra, aunque con otras palabras, que ahora con esto de la crisis resulta que hay que saber adaptarse.  Tanto que un día, y en vista de que no llegaban los ordenadores portátiles esos que nos prometieron, a la maestra se la ocurrió que viniera Alejando, el abuelo de Mario Alonso, a contarnos alguna de sus historias. Dos horas nos tuvo ahí dándole a la húmeda sin cansarse. Si le hubieran dejado hasta había echado unos versos, y eso que hacía siglos que había sido su quinta. Y la maestra escuchándole embelesada. Normal que Alejandro se viniera arriba y empezara a fabular, que es como dicen por aquí cuando te las empiezan a colar como ruedas de molino. Y se puso a contar algo de un tal Jonás, uno que se metió un día en una bodega y no apareció hasta el cabo de cuarenta años. A mí me parece mucho tiempo sin ver la luz. Y sin hablar con nadie. Pero como dice mi abuelo,  peor fue aguantar a los fascistas y tener que bajar la mirada para que no te llevaran al cuartel.  El caso es que por lo menos apareció.  Otros en cambio corrieron peor suerte, o eso se rumorea, porque los desterraron del pueblo y nunca más se supo, por lo que a mí me da que, puestos a tirar de metáforas  como Machado, el tal Jonás se convirtió con los años en vino, en buen vino, ese que te hace decir siempre la verdad.

Y es que aquí, en el pueblo, siempre hemos tenido presente a la uva y a su mosto. Cuando jugamos, las bodegas son el mejor escondite,  y será por eso que algunos chicos dicen que cruzan el río y llegan hasta la provincia de Zamora. Tierra segura. Se piensan que por cambiar de provincia también la ley cambia. Pero la que marca la ley es la tierra. Eso dice Emilio, el comunista, que anda todo el día presumiendo de que en nuestro pueblo el capitalismo  no ha entrado. Será bobo la verga, si ya hasta un mocoso como yo sabe que ahora lo que manda es el dinero y no la ideología. Por eso la maestra quiere que aprendamos humanidades, para que no estemos tan pendientes de la Bolsa y el Ibex-35 y volvamos la vista a nuestros ancestros. Como si nos hubiéramos olvidado de ellos. Que se lo pregunten a Julio, que su padre es pastor, o a Tito,  que todavía tiene en casa los archiperres de cuando su abuelo fabricaba cencerras y carrancas. Y digo yo que en los pueblos tampoco se necesita mucho estudio de las relaciones humanas y esas cosas,  que con darte una vuelta por los alrededores ya tienes ahí toda la humanidad que quieras y un poco más.  En el pueblo hay de todo: zapateros, albañiles, panaderos, pasteleros, bodegueros, fontaneros. Hasta futbolistas hay, que ganan todo lo que los demás juntos.

Y en eso estamos, que de momento ya sabemos que se vive mejor de las uvas que de las carpas, y que Machado era un gran poeta, uno de los mejores,  pero un desastre como navegante, y que si nos montamos en una barca, aunque no sea la de Abundio,  podemos llegar a la raya de Portugal y de ahí a Oporto, y una vez allí, cruzar el océano Atlántico, que era lo que tenía que haber hecho el poeta, según la maestra, pero se equivocó de recorrido y acabó en una pensión de mala muerte y no en una como la que tenemos en el pueblo.

Aunque también tenemos por aquí a algunos aguafiestas, no os penséis que todo el monte es orégano. Que hace un tiempo montaron un edificio muy moderno detrás de la iglesia para explicarnos lo que nosotros llevamos viendo toda la vida,  y lo primero que se le ocurrió a la maestra fue llevarnos allí de excursión. También qué idea, mira si no nos podían haber llevado a Salamanca, o a Portugal, que el viaje se podía haber hecho en barca. No, al lado de casa que fuimos, a que nos explicaran que eso de llegar remando hasta Oporto no era realizable, que solo era una quimera, o algo así, que con la presa de San José esas cosas solo quedaban para la imaginación de los poetas.

Ese día salimos todos bien fastidiados de la Casa de la Reserva. Hasta la maestra, que se había permitido eso que llaman una licencia poética y le había salido la poesía chirigota. Y es que siempre hay gente que antepone la realidad a la fantasía, y así nos va. Encima por la noche al abuelo le dio por recordar cuando vino el general a inaugurar el embalse. Y se puso a cantar eso de que “tengo una vaca lechera” que resulta que fue la canción que le tocaron los de la improvisada banda.  Y todos empezamos a mondarnos, y es que en mi casa pasamos del llanto a la risa, de lo serio a lo cómico, con una facilidad increíble. Dice mi padre que las penas para los de Alaejos. Y no es porque mi padre tenga especial manía a los de Alaejos, que son una gente muy maja, sino que de joven le hicieron pagar la cuartilla por una moza a la que luego dejó por mi madre. Y ese gasto innecesario no lo perdonó jamás mi padre. Como tampoco perdona correr los encierros por San Miguel, y mira que le dice mi madre que ya no está para esas cosas, pero desde que quitaron el Expreso de Orense y empezaron a hacer  la línea de alta velocidad  a Galicia, como que ha rejuvenecido. No sí cualquier día le vemos toreando con la cuadrilla de Raúl Zorita en alguna plaza de esas de tercera. Porque mira que les gustan los toros a los galdarros, y lo mal que lo lleva la maestra, que dice que si es una salvajada propia de la España profunda. Y digo yo que por cosas así se marcharía el poeta de Soria, con lo bien que estaba mirando pensativo al río, con sus soledades y su imaginación. Que me lo digan a mí, que cuando me pongo melancólico me da por ir a la curva del Duero y se me pasan las horas volando, como si fuera una garza real, o un cormorán. Después, cuando llego a casa me tiene mi madre preparado un mollete con una vuelta de chorizo que me sabe a gloria bendita. Eso sí que es poesía, y no lo que nos recita la maestra.

La próxima vez que nos venga con el Machado ese voy a levantar la mano y la voy a decir que a mí no se me ha perdido nada en Portugal, que como en mi pueblo en ninguna parte, y seguro que la maestra empezará a suspirar, y se le pondrá esa cara tan bonita que se la pone cuando se ruboriza y que es como un amanecer en el carrizal y dirá que ya está bien por hoy, y todos saldremos corriendo al patio, como pollos sin cabeza, y la maestra se cogerá sus libros y se irá derecha al mirador de la Muela y yo la seguiré, porque lo que realmente quiero hacer de mayor es ligármela y que sea mi Guiomar y luego construir una barca que pueda atravesar la presa de San José y llegar hasta Portugal, y de allí hasta América, si es preciso, pero después me daré cuenta de que eso no es posible, que solo es un sueño, y entonces, remaremos y remaremos contra corriente hasta Castronuño,  y nos quedaremos a vivir aquí, los dos y Machado si es preciso, para siempre, y por las tardes nos iremos de paseo por la senda de los almendros y nos besaremos. Y cuando llegue el crepúsculo y el pueblo se vaya oscureciendo para amanecer al día siguiente más espectacular aún, me susurrará al oído una poesía y seremos felices, tan felices como si no hubiera otro lugar en el mundo donde vivir.

“Los hilos del aguacero sesgan las nacientes frondas y agitan las turbias ondas en el remanso del Duero”.

Author: Castronuño

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