Mi encuentro con Castronuño

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‘La vida no tiene partes, sino lugares y rostros’.

María Zambrano

Fue tan hermosa como inesperada. Aquella mañana de primeros de mayo, cuando entré por primera vez en Castronuño, nunca podría haber imaginado que ese viaje inicial era de venida para quedarme.

Diversas son las rutas que tiene de llegada: Bóveda de Toro, Villafranca de Duero, Pollos y Alaejos. Mas sólo una de partida: la de volver la vista atrás para no perder su rostro.

Llegué por el camino que pudiera considerarse el menos atractivo  –la entrada por Alaejos– pero que ya nos va avisando, sin que para el viajante sea una señal, de una de las peculiaridades de este pueblo: las tremendas cuestas o bajadas de la orografía sobre la que se asienta. Quizá, al igual que sus calles, Castronuño aparece proyectado sobre el áspero y atormentado firmamento histórico sobre el que se forjó. Pueblo vivaz y peleón que, sin embargo, ofrece quietud a la mirada.

Hay pueblos que subsisten con la materia de los sueños. Apenas asibles, basta cerrar los ojos para que desaparezcan: son pueblos de aire, fantasías del pensamiento, pero necesarios para marcar los distintos ritmos del corazón. Otros, como Castronuño, son pueblos señalados con el dedo de la historia. Pueblos-frontera, pueblos-mercado, pueblos-muralla donde ni un ápice permite a la memoria desvincularse de los hechos. Son estos lugares que pueden desasosegar porque exigen la responsabilidad de hacernos artífices de la fisionomía de sus calles, de sus rincones, de los niños que juegan en sus plazas, de las mujeres solas en las ventanas…

Hay pueblos cuyas palabras, las palabras que modelan como con barro los espacios, desaparecen en el viento. En Castronuño son precisamente las palabras las que dan vida, las que hacen ser mientras estamos y permanecer cuando nos hemos ido. En sus calles encontramos la cotidianidad pautada por las campanas del reloj del Ayuntamiento de un municipio de cerca de 1.000 habitantes. Y, sin embargo, Castronuño es mucho más que un pueblo, es un ventanal abierto de par en par desde donde observar un impresionante entorno natural: el Duero en todo su esplendor.

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Aquella mañana primaveral, después de gestionar el motivo al que fui, decidí recorrerlo sin un rumbo definido. En todos los pueblos de España existen tres edificios/espacios que los caracterizan: la Casa Consistorial, la Iglesia y la Plaza Mayor. En Castronuño hay además otro: la Escuela. Nada más toparme con ella, su silueta arquitectónica me recordó a la Residencia de Estudiantes de Madrid. Pero, aquí cuenta con un matiz envidiable: la vista panorámica con la que los estudiantes y el profesorado pueden deleitarse cada día… si yo hubiera estudiado en ella, me habría costado estar atento a las lecciones del maestro, pues el imán que supone poder observar de manera tan diáfana la naturaleza con apenas girar la cabeza, habría sido una fuerza de atracción a la que no habría podido sustraerme.

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Habiendo avanzado unos pasos de donde está la Escuela, me quedé paralizado, boquiabierto,…  y cuando logré volver a activar los sentidos no cesaba de preguntarme: ¿Cómo puede existir este vergel tan cerca de mi morada y yo no haberme enterado antes?,… Acostumbrados como estamos a una Castilla plana, seca y neutra, ni yo ni nadie que se anime a visitar Castronuño puede de antemano considerar que va a descubrir tanto verdor en medio de la meseta. La clave de esta magia: el río y toda la vida que con él despierta.

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En el momento de este hallazgo me hallaba al principio del Parque de La Muela… todavía no era consciente de lo que aún estaba por venir. Es llegar a lo más alto del Parque y durante varios segundos no pude hablar… únicamente contemplaba con sorpresa la increíble estampa que se presentó ante mis ojos; un bello paisaje bañado por el Duero que se observa hasta donde la vista alcanza, de este a oeste y difícil de olvidar. Desde que lo oteé por vez primera y cada vez que paseo por La Muela, ese horizonte me recuerda al Serengeti… ¡y nunca he estado en África! Los documentales de la 2, los libros de fauna animal salvaje y la película “Memorias de África” son, de momento, quienes me lo inspiran. La balconada del alto del Parque es el mirador perfecto desde el que vislumbrar la curva que forma uno de los meandros más grandes de Europa, el paso de las aves migratorias, y una privilegiada ventana abierta a la diversidad de colores que dibuja la vegetación de las Riberas de Castronuño, no sólo en primavera, sino sobre todo ahora, en otoño, cuando cada hoja se convierte en una flor.

Una especial luz asiste a ciertos lugares; una luz que sólo allá se da, que conserva su identidad a través de innumerables ciclos de variaciones; una luz que, como es vida, tiene su pasión y que llega a las cosas de una cierta manera. No cae la luz en Castronuño: el pueblo todo se alza hasta ella, la alcanza en su crecimiento hasta llegar al nivel en que esa luz se da. No la persigue, ni está a punto de abrasarse en ella, ni de desleírse en ella. Entra en el nivel de la luz simplemente, como si hubiera sido plantado, como esos árboles que crecen en sus riberas hasta que la encuentran y allí se quedan sin avidez ni esfuerzo; temblando, eso sí.dsc02255

Y fue allí, obnubilado como estaba por la luz del paisaje, donde se me despertó otra pregunta: “¿Cómo se sienten las vecinas y los vecinos de Castronuño pudiendo disfrutar cada día  de este entorno natural?… Ahora que también soy vecino de este pueblo, puedo deciros que ¡Afortunado!… y a la vez responsablemente comprometidos con su cuidado y su protección.dsc02266

Lo propio de un pueblo ha de ser algo que encierre una exigencia constante y que sea al par una dádiva. Un don de esos que obliga al que lo recibe sin que él se dé cuenta o sin que sea necesario que se la dé. Algo inmaterial y que se convierte en pan de cada día. Algo que ha de corresponder a los elementos esenciales que forman la identidad del pueblo. La cultura es la exigencia y la dádiva en Castronuño, definida no sólo por su patrimonio artístico como su Iglesia de Santa María del Castillo, o arquitectónico como las numerosas bodegas subterráneas cavadas desde ya la época de los Reyes Católicos, o sus tradicionales fiestas patronales,  sino también por los referentes actuales que lo dignifican: Asocastrona,  Asociación que defiende el patrimonio natural y artístico, el Grupo de Teatro ‘El Palillo’, la Coral ‘Voces de Castronuño’, Las Jornadas Culturales, el Mercado Medieval y su recital de poesía, el cuidado del tramo del Camino de Santiago que por aquí pasa, los ‘Versos de los Quintos’ y, por supuesto, su biblioteca municipal.

La vida da caminos que no se recorren en vano. Mi trayectoria profesional me ha hecho conocer lugares y bibliotecas tan diferentes, con necesidades y público tan distintos y costumbres muy diversas. Creo que en todos los sitios he disfrutado y he aprendido porque supe absorber mental y espiritualmente lo mejor que me podían ofrecer (hasta que ya no era posible más). Ahora, en Castronuño, hay un proyecto bibliotecario pleno por el firme compromiso cultural de su Alcalde, que no es como los que suelen proliferar por los pueblos de nuestra querida Castilla. Y las personas que mantienen la exigencia consigo mismas no permiten la indignidad en ninguna de las otras facetas de la vida. Que un pueblo ofrezca un servicio de biblioteca pública acorde con el mundo tecnológico en el que ya vivimos, cuando ni la ley estatal ni la autonómica le obligan a ello, es un matiz ético que le ennoblece como gestor público. Porque, como nos advierte y nos recuerda sabiamente Miguel de Unamuno, ‘la libertad que hay que dar al pueblo es la cultura’.14368772_1045863925534026_329161794116271940_n

No sé cuánto tiempo permaneceré en Castronuño –El camino se hace al andar, me dice Machado–, pero sí sé que siempre tendrá un lugar en mi pensamiento y en mi corazón. No sólo el bello paisaje sino también sus gentes, protagonistas (algunos de ellos) de la satisfacción y felicidad que se me desprenden. Acudo, no obstante y siempre que la duda me asalta, a la serena palabra de María Zambrano. Es ella quien también me susurra: ‘No se es de un lugar porque en él se haya nacido, sino porque en él se  haya quedado prendida la mirada’. Así logro comprender el por qué he encontrado a este pueblo: porque él me estaba esperando.

 

Rafael González Sánchez

26 de noviembre de 2016

 

 

 

 

 

Author: Castronuño

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8 Comentarios

  1. Esas cosas tan bonitas que dices de nuestro pueblo ,solo podían salir de una persona con una sensibilidad como la tuya ,espero que puedas disfrutar mucho tiempo de este lugar que tanto te ha impresionado y te ha hecho escrubir algo tan bonito

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  2. Preciosa descripción de mi pueblo,me alegra que te haga sentir así.
    Espero y deseo que cuando vuelva el próximo verano pueda disfrutar de esa magnífica biblioteca.

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  3. Quique, no podemos dejar marchar tan fácilmente a este bibliotecario que, además, es poeta. Le necesitamos para que siga escribiendo sobre nuestro pueblo y para que la biblioteca funcione… da gusto ver cómo la biblioteca ha mejorado desde que Rafa es su encargado.

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  4. Rafa:
    Sencillamente increíble, lo que dices… pocas personas hubiesen transmitido con tanta admiración y cariño el sentimiento que te ha producido Castronuño. No me extraña que la gente que tenga la menor sensibilidad les haya cautivado tu pensamiento sobre el pueblo. Has sabido tocar lo más profundo de este maravilloso lugar, que es el mío, y siento que lo que está escrito queda para la posteridad y el pueblo lo agradecerá siempre.
    Enhorabuena!

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  5. Me ha encantado todo lo que dices. Procuraré visitar Castronuño en cuanto pueda. Me interesé por este pueblo, al leer que Alfonso VIII de Castilla, cercó Castronuño en uno de su muchos conflictos con Alfonso IX de León.. el tres de junio de 1204,(estaba leyendo la biografía de Alfono IX )
    Enhorabuena por hacerme conocer Castronuño. Un palentino.

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  6. Estoy de acuerdo con el sentir de mis paisanos y me atrevería a decir mucho mas: Es un orgullo y a la vez una sentida admiración el que una persona ajena por completo haya sabido apreciar lo que muchos teniéndolo tan cerca no lo hacen.
    No tengo el gusto de conocerte Rafa pero tus preciosas palabras al lugar donde pasé mi niñez y adolescencia me han llegado al alma. Castronuño no tiene desperdicio, lo miremos por donde lo miremos. Es cierto que poco me prodigo en visitas a la tierra que me vio nacer pero en mi corazón llevo ese sentir del que tu hablas porque se, que esos paisajes, sus calles, su bonita iglesia, “mi escuela” siempre estarán ahí, esperando cada vez mi regreso.

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  7. Gracias por publicar mi relato: “Las cuevas de TOMAICOLI” acompañado de una preciosa fotografía. En el he querido reflejar el sentir de unas niñas, en un tiempo que a pesar de todo, nos acerca con ese recuerdo a nuestras vivencias. CASTRONUÑO siempre estará ahí, como ese referente mágico de vida.

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  8. Como Rafael, autor de tan bella descripción de Castronuño, yo también quedé maravillada cuando un caluroso día de verano, dejando atrás llanuras, cuestas y polvo, veía por primera vez desde lo más alto del pueblo el caudaloso Duero y las vegas de su entorno. Aunque el lugar parecía anclado en un remoto pasado, en ese momento un AVE a lo lejos atravesaba el puente, recordándome el siglo en el que yo vivía. Me alegraba haberme desviado de mi camino para visitar el lugar donde habían nacido y vivido mis bisabuelos. Indalecio Alonso, que según consta en documentos, fue labrador, muy bien se tuvo que conocer esas fértiles tierras, y aunque el trabajo seguro era duro, también tuvo que vivir la magia de ese bello lugar. Quizás ese es el motivo para que yo sienta en lo más profundo de mi ser el amor hacia Castilla.

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