El tesoro maldito

I Concurso de Relatos Breves de la Biblioteca Municipal de Castronuño

Título: El Tesoro Maldito

Autor: Carlos Martín Herrero

Categoría 4 (Adultos)

EL TESORO MALDITO

Al lado del meandro de un río caudaloso se elevaba una gran loma sobre el terreno.  No se trataba de una pequeña ladera seca, mustia y sin pizca de gracia, sino de un lugar en el que predominaba el color verde en las largas tardes de primavera, donde el canto de los pájaros podía oírse a largas distancias y sobre el cuál se situaba una hermosa villa amurallada.

Como ocurriera en tiempos anteriores, la vida de sus habitantes transcurría de forma tranquila y pacífica, con su habitual ir y venir y sus quehaceres cotidianos. Sin duda, muy pocos lugares podían presumir de todo lo que la villa poseía, pues aparte de lo esplendoroso del paisaje y de sus gentes, la villa contaba con unos profundos pasadizos excavados en la dura piedra.

Estas cavas descendían hacia las más oscuras profundidades, tanto es así, que incluso habían sido las inspiradoras de un sinfín de historias y leyendas que los aldeanos de la villa habían sabido conservar y transmitir desde sus más antiguas generaciones.

La leyenda más trascendental que conocían, narraba la historia de un reino lejano, gobernado por un rey muy avaricioso cuyo nombre cayó en el olvido con el paso del tiempo. Durante todos los años que duró su codicioso reinado, se dedicó a reunir una grandísima riqueza.

Al rey no le importaba nada más que el oro, no quería ser consciente de todas las necesidades por las que estaba pasando su población. El hambre, las enfermedades y la más devastadora ruina acechaban sobre su reino.

Una mañana apareció atravesando sus dominios un viajero con aspecto de anciano desarraigado, barba larga y blanca, y en su cabeza una especie de sombrero ajado. El hombre se ayudaba de un largo bastón de madera para caminar, parecía cansado y hambriento. La guardia del reino lo interceptó y le reclamaron el pago de una multa por haber atravesado el reino sin permiso, pero el anciano era muy pobre y pidió que lo llevaran ante el rey.

Sentado en un imponente trono de piedra, el rey recibió al anciano con actitud arrogante.

  • ¿Sois vos el anciano que ha osado perturbar la paz de mi reino? – dijo el rey.
  • ¡Mi señor, os juro que mis intenciones son de lo más honrado, únicamente busco un sitio en el que poder pasar la noche, estoy cansado y hambriento! ¡A cambio os concederé un deseo! – dijo el anciano acariciando el extremo del bastón.
  • ¡Si no tenéis oro, no hay nada de vos que me pueda interesar! – dijo el rey poniéndose en pie –. ¡Expulsad a esta escoria de mi reino! – gritó el rey señalando hacia la puerta.

En ese instante, el anciano puso su mirada en un anillo de oro que tenía el rey y cayó en la cuenta de la cantidad de objetos dorados que había en cada rincón de ese gran salón. Inmediatamente la oscuridad se apoderó de todo el espacio y la voz del anciano retumbó pronunciando palabras en una lengua desconocida. Todos los presentes se quedaron paralizados, pero poco a poco la luz del sol volvió a entrar por las ventanas acompañada del canto de los pájaros, volviendo a la normalidad.

La guardia del rey procedió a llevarse al anciano hasta los confines del reino, expulsándolo así de aquella tierra para siempre.

Desde ese día, todo el oro que el rey tocase con sus manos estaría maldito y atraería la mala suerte y las desgracias a todo aquél que lo tocase después de él.

Desesperado, y con el paso de los años el rey decidió deshacerse de todo el tesoro que había ido acumulando, pues los infortunios no paraban de sucederse a su alrededor y estaba comenzando a enloquecerse.

Ordenó a sus leales buscar una villa lejana en la que poder esconderlo para que nadie lo pudiera hallar jamás. ¡Y la encontraron!

Durante meses, grandes barcazas llenas de oro descendían por un caudaloso rio hasta que alcanzaban una gran curva. Era allí, donde en el margen izquierdo del río se excavó una discreta entrada en la roca por la que descenderían hasta las más oscuras profundidades de las entrañas de la tierra y donde el oro sería enterrado para que jamás volviera a ver la luz del día.

Aquella entrada fue convenientemente cerrada, y al sellarla, el rey consiguió librarse de su oscura maldición. Por aquel entonces el monarca había aprendido una valiosa lección, jamás volvería a codiciar ninguna riqueza y sería benévolo y compasivo con todo aquel que le pidiese ayuda hasta el fin de sus días.

La leyenda se hizo tan popular que se extendió hasta el último rincón del continente, hasta tal punto que no existía ninguna persona que no hubiera oído hablar del oro maldito, pero sin embargo los habitantes de la villa no veían necesario dar pábulo a aquellos cuentos de vieja, y mucho menos podían parar a imaginarse que aquella leyenda pudiera haber sido un hecho real, pues las cavas habían sido registradas en numerosas ocasiones y no se había encontrado en ellas nada más que sólida roca.

Poco a poco, los días en la villa fueron volviéndose oscuros, nublándose y las noches de sospechas cerniéndose. La leyenda había llegado hasta los confines del mundo, y fue entonces cuando ocurrió.

Todo comenzó con un ruido parecido a un huracán, las ramas de los árboles de la colina crujían y rechinaban, comenzándose a desquebrajar con el viento cálido y seco.

Había llegado una inmensa criatura con la piel formada por duras escamas como el acero, con dos colosales alas de murciélago y dos grandiosas garras. Se trataba de un dragón feroz y aterrador. Una enorme sierpe de fuego había venido a apoderarse del tesoro oculto y para ello estaba dispuesto a aniquilar a quien se le opusiera.

El pánico cundía entre los lugareños que trataban de esconderse, pero muchos fueron los valientes que le hicieron frente utilizando todo tipo de armas.

Desde las murallas de la villa, las lanzas y las flechas no paraban de sobrevolar el cielo tratando de hacer blanco en el dragón, pero muchas erraban su objetivo y las que lograban alcanzarle, rebotaban sobre sus duras escamas.

Tras el ataque, consiguió destruir la villa dejando tan sólo un puñado de supervivientes. El fuego parecía imparable y se extendía por cada rincón, incluso la inmensa nube de humo se podía ver desde grandes distancias.

Fue entonces cuando el dragón tuvo vía libre para descender hasta la orilla del río y escudriñar la ladera de la colina, y así, descubrir la entrada secreta. Con sus garras despedazó varias rocas hasta que dio con la entrada a las profundidades que albergaban el tesoro maldito.

En ese momento, un puñado de niños y niñas que habían permanecido escondidos en un pasadizo de la muralla, se asomaron desde su punto más alto para poder ver al dragón. Entre lágrimas, a varios de ellos les pareció ver una flecha clavada en su garganta, sin duda una imagen que jamás olvidarían.

Increíblemente, el dragón consiguió adentrarse por la grieta. A medida que iba descendiendo hacia lo más profundo, lograba abrirse hueco golpeando la roca y destruyéndola.

Cundía el pánico entre los pocos que habían conseguido ponerse a salvo tras el ataque, pues notaban como la tierra no paraba de temblar como si se tratase de un terremoto incesante. De forma paulatina, las sacudidas de la tierra parecían ir menguando, señal de que el dragón cada vez se encontraba más cerca de su objetivo.

Todos los que lograron sobrevivir se fueron reuniendo en la muralla. Algunos estaban heridos y pedían ayuda a gritos desde distintos lugares. Los más pequeños trataban de convencer a los demás de lo que habían visto, pero los mayores no podían dar crédito a sus palabras, pues los temblores se seguían percibiendo.

Llegó el momento de tomar una decisión, abandonar el lugar y pedir refugio en las villas cercanas parecía la opción más oportuna, pues así se podría atender a los heridos, pero hubo algunos que se negaron a ello.

Todos los que temían la vuelta del dragón a la superficie accedieron a marcharse, sin embargo, hubo unos cuantos que dieron una oportunidad a la palabra de aquellos niños y decidieron esperar, pues tenían la esperanza de que al menos una de las flechas hubiera herido de muerte al dragón.

Poco a poco el tiempo fue pasando, los pocos que quedaban comenzaron a reconstruir la villa animados por el cese de aquella especie de terremotos. Algunos de los que tomaron la decisión de marcharse se arrepintieron, regresando para ayudar en las tareas.

Y así fue como la villa recuperó parte de su magnificencia, pues a día de hoy luce con toda su belleza, aunque siempre existirá el miedo de que una sacudida de tierra pueda ser señal de que ahí abajo, ha despertado un dragón.

 

Author: Castronuño

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