Los cascos de los caballos retumbaban sin cesar sobre la tierra seca. La estela de polvo que estos levantaban, no era ni una mínima muestra de la repercusión que había tenido su presencia por aquellas tierras. Era mucho lo que, no sin esfuerzo y predeterminación, habían logrado transmitir. La cultura se había hecho más presente y junto a las costumbres y tradiciones de otras comunidades, ellos esperaban con ansia el apogeo de su imperio. El ánimo se extendía sobre sus hombres como una espuma densa, haciéndoles partícipes de una visión de un mundo culturista y trabajador.
Vislumbraron a lo lejos una villa, como un pequeño colibrí en medio de un majestuoso cielo. Se habría ante ellos una oportunidad de difusión esporádica. Aceleraron el ritmo y cuando estaban a unos metros de su próximo objetivo, percibieron como un revuelo silencioso se apoderaba del lugar.
Bajaron resueltos de sus monturas y se hicieron paso a través de las sigilosas calles. Venían con un único fin; delegar y conquistar. Las ventanas de las casas se fueron abriendo pausadamente hasta que cabezas de hombres, mujeres y niños asomaban a través de los dinteles.
Frenaron el paso a la vez que las cabezas de todos los soldados se movían de un lado para otro; reconociendo el terreno. El centurión de más alto cargo bajó de su montura con un salto ágil y veloz. Luego, dirigiéndose hacia el público anunció:
-Acogednos en vuestros hogares pues hemos venido a traeros vuestra dicha y salvación; la cultura.
Aquellos lugareños, tan bastos como pulcros, no entendían aquello que con esmero y determinación intentaban comunicarles. Su lengua era extranjera y poco común. De pronto, una desconocida certeza de que acabarían aprendiendo aquel dialecto se apoderó de ellos. Como buenos habitantes que eran o que pretendían ser, invitaron a instalarse en sus humildes casas a esos inusuales hombres de lustrosa armadura.
Pasaron los días y los romanos no tenían intención de abandonar aquel lugar. Una vez que deshabitaron las propiedades en las que se habían alojado los primeros días, se habían instalado en la pequeña plaza que la villa ofrecía. En ese sitio, montaron un centro de mando que les servía como base de operaciones.
Los centuriones se dividieron en varios grupos, uno de ellos continuaría su camino hacia otro posible objetivo mientras que otra parte, se quedaría en aquel terreno para incluirlo en su enorme imperio. Un par de ellos, había abandonado la villa de a los dos días de llegar. Debían ir hasta Roma, a avisar al emperador de su nueva conquista.
Los habitantes habían sentido curiosidad, entusiasmo y algo de recelo al ver llegar a tantos caballeros armados. Pero con el paso de los días, descubrieron su faceta más belicosa. Se habían apoderado de la economía de la ciudad, manejaban el mercado, la producción y la distribución. El consumo era lo único que les quedaba a los ciudadanos. La principal diferencia entre la llegada de los romanos y antes, consistía en la cantidad de productos que importaban desde otros sitios. Lentejas, arroces y distintas especias primaban ahora en las tiendas. Los objetos y herramientas también eran diferentes y poco a poco la construcción fue suplantada por las nuevas técnicas romanas.
Los consumistas se mostraron cautos en un principio cuando se vieron invadidos por dichas circunstancias. La cosa cambió en cuanto algún comprador osado decidió innovar. Se dieron cuenta de que a veces, los cambios valían la pena.
Pasó el tiempo y el idioma oficial que ya se hablaba en la villa, ahora denominada “Toro el Chico”, era el latín. Ya no se diferenciaban los soldados de los habitantes iniciales. Los romanos se habían integrado tan bien y tan a la fuerza que ya no había casi rivalidad entre los dos grupos. Los gestos extranjeros no se consideraban como tal; los habían adoptado como parte de su lenguaje.
Por las noches, una parte de la sociedad se reunía en torno a la plaza a contar historias sobre seres divinos. Las leyendas mitológicas absorbían por completo al grupo de lugareños interesados que escuchaban con interés las historias que estos relataban. Mitos y dioses se hicieron presentes en aquella villa con sus propios templos.
Todo había evolucionado.
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