IV CONCURSO DE RELATOS BREVES DE LA BIBLIOTECA MUNICIPAL DE CASTRONUÑO
Título del relato: El camino del lobo
Categoría 4 (Adultos)
Autor: Mari Carmen González López
El olfato tiene memoria. El camino me va trayendo imágenes que me hacen recordar el cuerpo que habité: no es el mío el primero que mi alma eligió para crecer.
Mi mente no hace mucho que comenzó a enviarme señales; o quizá lo hiciese desde antes, y yo no me di cuenta. Al ver algunas fotos me parecía haber estado allí, y en esos lugares haber experimentado cosas que no procedían de mi capacidad inventiva. La certeza me iba venciendo poco a poco; fue algo progresivo. Pero sé que, hasta que no llegue a Castronuño, no me reencontraré con mi anterior historia. Soy un alma vieja que vuelve a casa. Por fin averigüé dónde estuvo mi hogar.
EL CAMINO DEL LOBO
Parece que los lobos son tan habituales por aquí como lo fueron antaño, aunque no gocen de la misma libertad. Sus pisadas atraviesan este laberinto de caminos creados siglos atrás por pastores que llevaban a sus rebaños a zonas más templadas en tiempos por aquí fríos. Junto a unos matorrales secos que lindan con el sendero, descubro romero: arranco un ramillete y lo guardo en mi mochila junto al tomillo que antes encontré. Me gusta el olor que deja en mis manos.
Oigo el sonido del río. El sendero de almendros y chopos que voy atravesando me acoge con su aroma a musgo y a madera antigua. Sé que me falta poco para llegar, lo intuyo. Algo grande se mueve a unos metros de mí. Me paro y centro mis sentidos en unas encinas que hay un poco más adelante, a la izquierda de la vereda. A través de ellos, un tejón me mira, expectante. Me parece extraño verlo antes del anochecer, sin embargo, ahí sigue, observándome atentamente.
Me desvío de la senda, intentando acercarme, pero está claro que estos territorios no fueron creados para torpes humanos como yo. El animal huye.
El río está cerca, un sauce me indica el lugar. El agua corre cristalina entre grandes piedras abrigadas por un espeso musgo. Intento no resbalar y me agarro, ayudada por mis deportivas, al terreno. Me siento en una roca y desnudo mis pies: lo necesitaba. Mis uñas pintadas de color sangre restan protagonismo al rojo de las ampollas que comienzan a aparecer en mis dedos. Sumerjo un pie en el agua pero está tan fría que tengo que sacarlo; sin embargo, una maravillosa relajación se apodera de mí. Lo intento de nuevo, esta vez con los dos, poco a poco. Duele, pero no importa, tengo que aguantar. Cuando consigo habituarme a la temperatura, veo todo con otros ojos: los sonidos me atrapan, los olores me llenan, los colores son más intensos ahora y la brisa hace que mi piel se erice. Siento que estoy donde debo.
Escucho unos agudos sonidos casi imperceptibles que me hacen mirar hacia la izquierda, descubriendo así un espectáculo tan tierno como extraordinario: dos turones juguetean junto al río. Enredan sus cuerpos con una impresionante precisión y agilidad, dando volteretas sobre ellos mismos. Se persiguen, se alcanzan y vuelven a escabullirse uno del otro. Se intuyen tan felices que, por un instante, deseo ser uno de ellos y sentir esa dicha que desbordan. Pero mi objetivo es otro, y no debo distraerme de él.
Después del descanso, me reincorporo al camino. No me he cruzado con nadie desde hace un buen tramo, como ya preveía. Esta no es la ruta señalada y puede llevar a confusión, por eso sé que me acerco al punto donde quiero llegar.
Pregunté en el pueblo y, en una tienda antigua, me hablaron de la bruja. Era un almacén presentado bajo un toldo de rayas amarillas y blancas. Su puerta de madera parecía desafiar al tiempo. Varios carteles anunciaban estuches de vino, botijos y cazuelas que, expuestas en la misma acera del comercio, me mostraron viejas costumbres que se resisten a perderse en el olvido. Su deslucida cristalera dejaba entrever un habitáculo pequeño. Al entrar me vino a la cabeza la palabra «colmado», y es que el lugar estaba repleto de artículos de todo tipo: desde cestos con habones y otras legumbres, hasta jabones artesanales y productos de limpieza.
⸻¡Ah, sí! Preguntas por la choza de la bruja. No está muy lejos de aquí. Debes seguir la ruta y desviarte a media altura del camino que lleva al bosque de la ribera. Dicen que, para encontrarla, primero debes perderte.
La dueña me habló de que su abuela le contaba historias sobre una muchacha que, huyendo de la Inquisición, se instaló en los alrededores de la ribera.
⸻Sí, es ella. Pero, ¿era bruja en realidad? ⸻pregunté algo desconcertada.
⸻Bueno, hay quien cuenta que era una mujer buena. Que le encantaban los animales y que sabía qué plantas cocer para curar a los peregrinos heridos. De vez en cuando pasaba por el pueblo a comprar, pero la gente le temía. Decían que los lobos cazaban para ella, que era su ama. Que había pactado con el Diablo y éste le había concedido ese poder a cambio de su alma. Ya sabes, habladurías…
⸻Pero, ¿alguna vez hizo mal a alguien?
⸻No, no, todo lo contrario. Atendía a quien le pedía ayuda y, como ya te dije, los peregrinos recibían su auxilio cada vez que lo necesitaban. El temor nos hace ignorantes, hija. Yo creo que Ana María, que así se llamaba, no era más que una mujer de alma pura y solitaria. Todos nos equivocamos alguna vez, pero la vida nos brinda la oportunidad de seguir el camino adecuado y ella eligió el suyo: el de ayudar a los necesitados.
El bosque es más cerrado aquí, las encinas y los pinos resguardan el lugar. Sé que estoy llegando. Noto que unos pasos sigilosos me siguen y un escalofrío me recorre cuando, sin esperarlo, la casa se presenta delante de mí. El tejado está invadido por todo tipo de plantas, haciendo que ésta parezca un habitante más del bosque. La chimenea apenas se distingue, y el pequeño porche que protege la puerta de entrada se mantiene como si unos hilos invisibles lo sostuvieran. Un halo mágico recubre el lugar o, al menos, así lo percibo.
El portón está cerrado, algo que me parece asombroso. ¿Es que acaso han respetado su refugio? Quizá el miedo…pero no, no lo creo.
Intento abrir la puerta. Aparenta estar cerrada por dentro. La estructura está casi vencida, así que temo forzarla. Doy un golpe seco con el pie en la parte de abajo y, por fin, se rinde ante mí. Al entrar, siento que el tiempo no ha pasado.
Ana María escucha una voz quebrada que pide auxilio, sale y encuentra a una pareja de avanzada edad.
⸻Buenas noches, pasen, por favor, o morirán congelados. Siéntense delante de la chimenea. Mi hogar es humilde, pero tiene lo suficiente para que se reconforten.
⸻Gracias, hija ⸻musita la mujer mientras se seca una lágrima que el frío ha hecho resbalar por su ajado rostro.
Los ancianos le cuentan que se han extraviado, y ha oscurecido sin que pudiesen encontrar el camino.
⸻Estamos peregrinando. Hemos encomendado al Santo la salud de nuestro nieto enfermo, pero no hallamos el refugio. Mi marido está herido, no sé cómo hemos conseguido llegar hasta aquí, es un milagro.
⸻No se preocupe, señora. No hay herida que unas buenas hierbas no curen y alma que no encuentre consuelo con el descanso. Pueden quedarse hasta que lo necesiten. ¿Les apetece una sopa caliente?
Ahora reconozco mi casa. Todo está como lo dejé, ajado y sometido por los años, pero aguardando mi regreso.
Oigo que arañan la puerta. Abro y ahí están: mis lobos estaban esperándome. Sus hocicos húmedos me reconocen y me dan la bienvenida lamiéndome. Estamos juntos de nuevo. Seguí el camino correcto y, por fin, regresé a mi hogar. Una vida nueva me espera, esta vez lejos de miedos y desconfianzas. Las brujas ya no somos perseguidas.
Terminado el 15 de julio, Día Mundial de las Habilidades de la Juventud.
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