II Concurso de relatos breves de la Biblioteca Municipal
Título: Mujeres del pueblo
Autor: Elena Maeso Muñoz
Categoría 4 (adultos)
CARMEN.
Tiene 45 años y lleva quince años viviendo en Castronuño. De aquí es su marido Javi. Se conocieron en unas fiestas de Valladolid, la ciudad donde ella nació y vivió hasta que vino a parar a este lugar. El día que conoció a Javi todo cambio para ella, creía que para bíen, pero a veces tenía sus dudas.
Sus padres tienen una mercería en Valladolid desde que la fundó su abuela paterna. Desde muy pequeña había aprendido a coser, le enseñaba su madre, que había trabajado en la tienda de su marido desde que era una cría. Carmen había estudiado Filología Hispánica en la universidad. Entre libros y libros de estudio había ayudado a sus padres en la tienda. Desde que El Corte Inglés les había fichado para los arreglos de sus clientes estaban desbordados de trabajo, así que terminó la carrera y se quedó trabajando con sus padres. Su hermano, dos años mayor que ella, también había seguido con el negocio familiar tras haber acabado la carrera de Empresariales. La mercería había crecido mucho gracias al compromiso de todos los miembros de la familia.
Cuando Carmen decidió irse a vivir a Castronuño, a su madre casi le da un sincope. No quería prescindir de su hija en la tienda. Ella le dijo – “Pero mama, que no me voy a vivir a New York. Voy a venir todos los días a trabajar con vosotros”. –“Tienes razón hija, no me hagas caso. Si ya tienes 30 años. Tienes que hacer tu vida.” Así que cogió sus cosas y se istaló en la casa de Javi y su suegra.
Las cosas no fueron fáciles en un principio. El padre de Javi había muerto cuando este apenas tenía cinco años. Su madre se había hecho cargo de las tierras de su marido y de su hijo. Desde muy temprano Javi trabajó más en el campo que en la escuela. Cuando llegó Carmen, su suegra no hacía más que reprocharle que nunca estaba en casa, que no era lo sufiente buena para su hijo, y casi casi insinuó que era una golfa por pasarse el día entero en Valladolid a saber haciendo qué. Menos mal que Javi la apoyaba, le decía que tuviera paciencia, que era una mujer de la antigua escuela. Muchas veces Carmen se preguntaba cómo Javi teniendo una madre tan carca había salido tan comprensivo. Desde que vivía en Castronuño, Carmen se había hecho muy amiga de María, la dueña del bar “Abundio”. Sus respectivos maridos eran amigos desde niños y como iban juntos en la pandilla ellas habían hecho muy buenas migas desde el principio.
Nació Sergio, el hijo mayor de Carmen y Javi, y desde entonces su suegra se volcó en ayudarla con el niño y empezó a respirar en esa casa que ya sentía como parte de ella. No es que se llevaran fenomenal suegra y nuera pero empezaron a entenderse. Tres años después nació Teresa, para entonces ya parecían hasta una familia bien avenida. A Valladolid ya solo iba por las mañanas, no quería dejar a su madre sola desde que murió su padre apenas unos meses después de nacer Teresa.
Hacía cinco años que su suegra había quedado postrada en la cama debido a un ictus. Aún así seguía yendo todos los días a Valladolid, y por las tardes estaba con Javi, ocupándose de los niños y de su suegra, codo con codo. Adoraba a Javi desde el día que lo conoció.
Ahora estaba preparando la maleta. A la mañana siguiente partía rumbo a los Pirineos junto con sus amigas María, Ana y Fátima. Iban a pasar una semana subiendo y bajando montes, viendo ibones y ríos cristalinos, durmiendo en tienda de campaña en plena naturaleza. Así lo hacían desde hacía tres años. Se reservaban la última semana de junio para escaparse ellas cuatro solas, “su semana de chicas”, pasase lo que pasase. Ellas ya sabían que el resto del pueblo podría prescindir de ellas.
MARÍA.
Tiene 44 años. Regenta el bar “Abundio” de Castronuño. Es la pequeña de tres hermanos. Ellos no habían querido quedarse en el bar de sus padres. Carlos, el mayor, marchó a vivir a Valladolid a los 18 años, encontró trabajo como operario en una fábrica de alimentación y aunque seguía viniendo de vez en cuando no quería saber nada del bar. Su otro hermano, Manolo, también vivía en Valladolid, montó un taller con otro amigo y como no les iba nada mal, allí se quedó. Así que María desde muy chica había ayudado en el bar “Abundio”, el de sus padres. A María nunca le gusto estudiar, era un poco alocada, en el bar era feliz. Se llevaba bien con todos los clientes, hombres, mujeres, adolescentes, niños. Era la María, la que siempre escuchaba las penas de los demás sin juzgar a nadie y sin pregonar las miserias que pudieras contarla en un momento de desahogo. A veces le decían que era la psicóloga de Castronuño. Siendo una adolescente de 20 años se quedó embarazada de Pablo, su primer hijo. Se casó con su novio Ramón. Y aunque eran un poco cabras locas crearon una familia que pronto creció. Al año siguiente llegó Lola y al siguiente Jorge. Con tan solo 23 años María ya tenía sus tres hijos, trabajaba en el bar de sus padres y estaba agobiadísima. Menos mal que Fátima le ayudaba con los niños en lo que ella estaba en el bar, porque con su marido mucho, mucho no podía contar. Todas las mañanas Ramón se marchaba a buscar trabajo en la construcción. De vez en cuando le salía algún trabajo, pero nada fijo ni estable porque en cuanto conseguía unas pelas se veía el hombre más rico y afortunado y en seguida marchaba a gastarlo, olvidándose de que había un mañana en el que había que trabajar duro. No es que al día siguiente no fuera a trabajar, es que lo hacía un poco desganado y rendía a medias, así que nadie lo quería contratar para trabajos largos. Eso sí, para las chapucillas de pocos días siempre lo llamaban. Así iban tirando María y Ramón, con lo que sacaban del bar y las chapucillas de la construcción. María se desahogaba con su prima Ana, la profesora, eran de la misma edad y siempre habían estado muy unidas. María siempre le decía que estaba harta de Ramón, que nunca estaba en casa con los niños, siempre de jota con los amigos, en cuanto llegaba ella de trabajar, él marchaba para hacerla “el relevo”, pero fuera de la barra claro está.
María ahora estaba preparando la maleta para ir de ruta por los pirineos con sus amigas. Estaba deseando marchar, tenía ganas de olvidarse por una semana del bar y de todo el pueblo y dormir con las chicas sin oir los tremendos ronquidos de Ramón.
FÁTIMA.
Tiene 38 años. Sus padres le habían obligado a dejar su casa en Marruecos cuando tenía catorce años para venir a España con su hermano mayor, que vivía en Castronuño con su mujer y sus tres pequeños, más adelante vendrían otros dos sobrinos más. Así lo decidieron debido a las negativas de la niña a contraer matrimonio en su país, todos los posibles maridos que le buscaron sus padres le parecían horrendos, incluso se había negado a casarse con su buen amigo de la infancia por el que sentía afecto pero no amor. Cuando llegó a Catronuño su hermano le buscó un empleo de niñera para la hija de los dueños de uno de los bares del pueblo. Así conoció a María, cuidando de su retoño y ayudando de vez en cuando en el bar. Fátima aprendió a ser una ama de casa estupenda y se le daban bien los niños, que remedio le quedaba, entre sus sobrinos y la cuadrilla que iba aumentando cada año de María, era como la hermana mayor de sonrisas y lágrimas. Pero lo de casarse no iba con ella por lo que su hermano se desesperaba aquí en España y sus padres allí en Marruecos.
Pronto conoció a Ana, la prima de María que vivía en Valladolid pero que pasaba todos los veranos en Castronuño en casa de sus abuelos. Ana estudiaba magisterio y se ofreció voluntaria para enseñar a Fátima a leer y a escribir en castellano. Así se pasaban los días entre lección y lección, niños y más niños, y por supuesto baños en el rio y risas entre amigas. Pero Fátima no quería pasarse la vida dependiendo de los demás, así se lo dijo a su amiga profesora, y ésta le aconsejo que estudiara. Fátima decidió estudiar peluquería, consiguió convencer a su hermano para que la dejara ir por las tardes a Tordesillas, a la academia. Por las mañanas ayudaba a su cuñada y a María con los niños y cuando no se lo impedían las obligaciones estudiaba peluquería. En seguida sacó el título y empezó a ejercer de peluquera para toda la gente del pueblo que lo solicitaba. La mayoría de su clientela eran personas mayores que apenas podían salir de casa, ella cogía sus bártulos y allí se presentaba en las casas donde la llamaban para hacer su trabajo. Poco a poco se fue haciendo con unos ahorrillos hasta que pudo alquilar un local con un reservado que hacía las veces de vivienda y pudo montar su propio negocio. Eso sí, de casarse nada monada, para desesperación de su familia. Bueno por lo menos habían entendido que aunque la niña, que ya era una mujercita de 25 años, no se quisiera casar, tampoco iba a ser una carga para su familia. Por fin era libre e independiente. Lo que no sabía casi nadie es que ella no se quería casar con un hombre porque le gustaban las mujeres, más en concreto su amiga Ana, desde que la conoció se enamoró de ella. Le costó mucho confesárselo, pero un día entre bromas y risas por fin le dio un beso en los labios que fue correspondido. Y es que Ana también sentía algo por esa chiquilla que había sido su primera alumna y se había convertido en una mujer con sus propias ilusiones que poco a poco había ido cumpliendo.
Ahora Fátima hacia la maleta pensando en sus amigas lo bien que lo iban a pasar subiendo y bajando, lejos de las miradas cotidianas, un poco de respirar aire fresco.
ANA
Tiene 44 años. Vive en Castronuño desde hace quince años, cuando por fin se sacó la plaza de profesora en el pueblo de su padre. Ana siempre se está preocupando por los demás, analiza cada caso y da buenos consejos para él que la quiera escuchar, a veces le hacen caso y otras no.
De jovencita, mientras estudiaba magisterio, compaginaba su vida entre Valladolid y Castronuño. Ella tenía sus amigos de la universidad con los que salía mucho de juerga y organizaban viajes para conocer el mundo. Pero también pasaba temporadas largas en su pueblo con los amigos de aquí. Le gustaba contar sus aventuras y animar a los demás a que viajaran y conocieran otros lugares. Todo el mundo la escuchaba embelesado y hasta muchos hicieron esos viajes que ella contaba, algunos hasta le pedían consejos a la hora de organizar las vacaciones, a ver que sitios preciosos les podrían deparar. Su otra pasión eran los niños. Cuando pasaba los veranos en el pueblo le gustaba mucho estar con Fátima, sentía admiración por ella, le encantaba ver como cuidaba de los pequeños. Era su inspiración a la hora de estudiar la carrera de magisterio.
Al instalarse en Castronuño empezó a pasar mucho tiempo con Fátima que le ayudaba mucho con los niños. Poco a poco y sin darse cuenta se enamoro de ella, así que la propuso hacer un viaje juntas a la montaña. Fátima casi se desmaya cuando se lo contó que por supuesto acepto encantadísima. Así quedo sellado su amor y se convirtieron en la pareja de chicas de Castronuño. Con el tiempo a este viaje que hacían cada año se les unieron también María y Carmen.
Ahora Ana preparaba la maleta, ansiosa de pasar unos días de desahogo con sus amigas, en plena naturaleza. Disfrutaba organizando este viaje, se sentía una más del clan de las chicas. Aunque cada una fuera tan diferente ¡que bien se entendían!. Eran amigas para siempre.
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