MARGOT Y ALEJANDRO (HISTORIA DE UNA PASIÓN)

IV CONCURSO DE RELATOS BREVES DE LA BIBLIOTECA MUNICIPAL DE CASTRONUÑO

Título del relato: MARGOT Y ALEJANDRO (HISTORIA DE UNA PASIÓN)

Categoría 4 (Adultos)

Autor: Mario Seoane Herrera

TERCER PREMIO 

Serían los principios años sesenta, cuando, por primera vez, llegaron a la playa del Duero, en Castronuño, un campamento de chicas francesas. No sé cómo y porque eligieron ese lugar pero el caso es que durante varios veranos aquella playa de pueblo, se convertía en el epicentro de toda la juventud, principalmente chicos. Nunca, aquellos tres kilómetros que separan el pueblo de la playa, habían estado tan concurrido, bien a pie o bien en bicicleta.

Los domingos, la fiesta y (la pelea) estaban en la pista de baile; los chicos se “pegaban” por poder bailar con las extranjeras y las chicas del pueblo lanzaban miradas asesinas y mascaban en silencio sus venganzas particulares para cuando “las franchutas” se largaran.

Alejandro no entraba en esa batalla pues aun no tenía diecisiete años y aunque alguna chica le atraía, nunca había sentido nada parecido a lo que sintió cuando se encontró frente a frente con Margot. Aquellos ojos verdes y aquella mirada, se le clavaron en el alma y desde ese momento, Alejandro dejó de ser el mismo. Todas las tardes, cuando dejaba el ganado encerrado, se lavaba a conciencia, se ponía su camisa limpia, sus pantalones de domingo y los zapatos que su madre le compro el ultimo San Miguel y con su bicicleta volaba cuesta abajo, hasta la playa, donde cada tarde le estaba esperando Margot.

Noches de amor en estado puro, hasta que las vacaciones llegaron a su fin. La playa se quedó vacía y la rutina se volvió a instalar entre la juventud del pueblo. Poco a poco, las mujeres fueron perdonado y olvidando y los domingos, en la pista de baile, volvían a reconciliarse las parejas más o menos establecidas.

Alejandro, no iba al baile. Esperaba con ansiedad cada día de la semana, la carta de su amada.

Y asi pasaron dos o tres meses hasta que llegó la noticia que él nunca hubiera esperado. En ella, y con un buen español, le decía que, sin lugar a dudas, estaba embarazada y esperaba un niño para la primavera.

El golpe que recibió le dejo noqueado. Él trabajaba y hacia las labores de un hombre desde que dejo la escuela con doce años pero esa noticia, le dejo fuera de combate.

Estuvo dos o tres días sin apenas comer y menos dormir, hasta que una noche se armó de valor y conto a su padre lo que pasaba y que había decidido irse a Francia.

El padre le escucho con asombro y estupor, pero trato de hacerle ver lo imposible de su decisión “era  muy joven, que no sabía nada de francés, de que iba a vivir, si suponía que en Paris no habría ovejas” y por último, le dejo bien claro que si se iba le denunciaría a la Guardia  Civil puesto que era menor de edad y ellos se encargarían de detenerle y devolverle a casa, antes de que pasara la frontera. Y si no fuera asi, que se olvidara para toda su vida, que tenía unos padres, porque nunca, jamás, le perdonarían su abandono.

Al día siguiente, al amanecer, Alejandro saco el ganado a pastar, como todos los días, pero al anochecer fueron los perros los que dirigieron el ganado a los corrales. Alejandro habría desaparecido.

Su padre montó en cólera, pues ya veía a su hijo camino de Francia; pero María, su mujer, le fue haciendo cambiar de opinión, no faltaba ropa…no faltaba nada de su habitación y por no faltar hasta sus pequeños ahorros estaban en la caja de zapatos donde los guardaba.

Esa noche, ya, amigos, familiares y medio pueblo, salieron en busca de Alejandro por los lugares que supuestamente habían estado y no había rastros de él. Ya, por la tarde, a la orilla del rio, en un lugar llamado La Calda, una mujer encontró debajo de una piedra, una hoja escrita donde decía “si no puedo vivir mi vida, ni ser feliz tampoco quiero seguir viviendo”.

Al día siguiente, unos pescadores, encontraron su cuerpo flotando en el embalse.

Pero…a veces… la historia que, supuestamente, ha llegado a su fin reaparece al cabo de los años porque el destino y las personas que tuvieron algo que ver necesitan saber de esa parte de la historia de la que nada supieron.

Y asi…a eso de los años ochenta, llegaron a Castronuño, dos mujeres y se hospedaron en la fonda de la carretera. Una era rubia, la mayor, y la otra morena y las dos con unos ojazos verdes como las aceitunas recién cortadas. Venían desde Francia y después de dar una vuelta por el pueblo con su español bastante entendible, empezaron a preguntar por Alejandro X.

Con cara de estupor, el corro de mujeres a las que preguntaron, las mandaron a casa de María y Melchor, dos calles hacia arriba, pintada de blanco y con una parra de uvas en la puerta.

Allí encontraron sentado en un banco de cemento a un hombre bastante mayor tomando el sol de mediodía. Saludaron y preguntaron si era allí donde vivía Alejandro X. Melchor las miro como si viera a dos fantasmas; las pregunto quiénes eran y se echó a llorar diciéndolas que su hijo murió hace muchos años y que él fue el culpable de su muerte. Aterradas, las mujeres, quisieron saber todo lo ocurrido y al terminar de contar, acabaron los tres abrazados, sin poder contener el llanto.

María desde la cocina, intuyó, que algo estaba pasando y cuando salió a la calle, se encontró a las dos desconocidas con su marido sin dejar de llorar. Pregunto quiénes eran y cuando la contaron, las estrecho en un fuerte abrazo y las dijo “Ea ¡¡¡ hace muchos años perdimos a nuestro hijo, pero hoy, la vida, nos devuelve a dos hijas”.

Y desde entonces, todos los años Margot y Alejandra se pasan parte del verano en Castronuño, disfrutando del pueblo y de Melchor y María sus padres adoptivos.

Y esta historia que cuento, verdadera o no… es la historia que me han contado ¡¡¡.

Author: Castronuño

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