ANÁBASIS

II Concurso de relatos breves de la Biblioteca Municipal

Título: Anábasis

Autor: Alejandro Alonso Díez (Castronuño)

Categoría 4 (adultos)

ANÁBASIS

Aquella semana ya se habían visto forasteros rondando por Castronuño; no eran turistas esta vez, más bien personajes atípicos que parecían venidos de otro tiempo y otros lugares. Y al amanecer del domingo, la fuente del Caño era un hervidero de gente. Parecía por el gentío congregado que fuera San Miguel.

Los forasteros decían en corrillos que ellos habían venido a la Anábasis; y venga con la Anábasis. Coincidían en un fervor que les había hecho peregrinar desde puntos alejados del globo; algunos desde Roma, muchos desde Grecia….

Los de aquí misteriosamente también nos habíamos levantado al alba con un run-rún interior que nos hizo bajar en masa a nuestro lugar ameno del sol naciente.

Allá que fuimos , pero en la reunión no había elementos como los de otras veces; no había comida ni bebida, que ya es raro cuando nos juntamos los de aquí; no estaba la banda de música, se ve que hoy no tocaba “Palillo”; tampoco había un santo o imagen de nuestra recoleta iglesia. Faltaba una pancarta si se tratara de una manifestación.

Sin embargo allá que estábamos con la misma emoción que a finales de Septiembre nos entra a todos.

Uno de los más encandilados era un viejo larguilucho con una túnica blanca. De repente se subió al pilón y exclamó:

“ Castronuñeros:   Me llamo Sokorros y vengo de Grecia. Hoy al amanecer habéis bajado casi todos los vecinos; también hemos venido muchos de allende los mares: de las costas de Esparta y Asia Menor; de Roma; de China; de América…

Me habéis contado esta semana que la bajada del palillo es aquí lo más singular en las fiestas; sin embargo hoy haremos la gran subida ; que eso precisamente significa la Anábasis que nos ha congregado a los forasteros.

Todos nos hemos unido aquí porque sabíamos que hoy tocaba  subir. Y además que este gesto vamos a brindarlo por el futuro de Castronuño; y también por el futuro de la Tierra entera. “

A todo esto , el más emocionado de los nuestro era Emilio, que se subió al pilón con Sokorros y gritó:

“ Ya me conocéis que no hay más de Palillo que yo; para mí la gran apoteosis es recorrer esos cien metros de la Calle Real abajo a las puertas del Otoño. Pero sí, hoy sabía que tocaba subir; así que como decimos cada año en la batalla de Pedro de Avendaño: ¡Subamos!, ¡¡por Castronuño!!

No sé de dónde saco otra túnica pero se vistió así y se pusieron al frente de la Anábasis  Sokorros y él.

Yo estaba “privao”, había leído mucho de griegos y latinos y ese día parecía que habían venido personalmente a mi pueblo. Y no de turismo precisamente sino con misiones importantes. Por lo que habían dicho éstos, poco menos que estábamos salvando el mundo; parecía un poco “ La guerra de las galaxias”, que hubieran venido todos éstos en una nave; yo me pedía ser Han Solo en aquella película chulísima.

Por cierto allí estaba también mi princesa Leia Organa o mi Penélope con sus ojos negros de un azabache imposible y su melena lisa, brillante e infinita como los sueños contenidos en su mirada.

Cuando pasó lo que os estoy contando tenía yo entonces 15 años y por aquel tiempo estaba mal de salud, bueno, bastante mal , con lo que me refugié en los libros y ese día sin embargo me sentía en una isla de curación. “Creo que algo va a pasar”, presentía.

La comitiva salió pues hacia arriba. En los mismos huertos del Caño nos paramos ; allí habló Arconada que a pesar de su apellido dijo que venía de Extremadura y nos dijo que la salvación venía de la Naturaleza y de los pájaros; que cuando las bandadas inmensas de antaño volvieran a las cárcavas y a la curva del Duero notaríamos que habíamos vencido en nuestra Anábasis. Los pájaros como tienen alas no hacen teatro y si les tratas mal se van a otras latitudes;  e igualmente retornarán a sus nidos cuando cuidemos más nuestra casa común. Cada uno recogimos una planta de encina que nos había traído de sus dehesas trujillanas que portamos como símbolo.

Subimos por la calle Real y donde los bares entramos los que pudimos en una bodega grandona; había otro griego de los de las túnicas que dijo que se llamaba Pablo y era actor; nos hizo una “performance” en que un montón de pantallas de televisión le llamaban personalmente  y reclamaban su atención pero él era un personaje sordo y les daba siempre la espalda haciendo monólogos muy interesantes; recuerdo aquella sentencia de uno de ellos: ”La televisión me molesta hasta apagada…”

Cerca del  Ayuntamiento habló Félix el de Soria, que se parecía a las estatuas de Unamuno: estos sorianos son enjutos, parecen aguiluchos en las peñas de sus altas  parameras. Dijo que subir se les daba muy bien a los sorianos entrenados en  sus laderas de Urbión y la Demanda y que estaba claro que en la ascensión  de hoy se encerraba la moraleja de  esforzarse siempre, siempre, siempre y ahí estaba uno de los meollos de la famosa Anábasis. Félix nos dio como símbolos Vasos concejiles, unas copas plateadas que se usaron en los Concejos del norte de España de forma ancestral.

Todos nos arengaban con gran vehemencia, yo creo que como eran sabios sabían que el mundo estaba en peligro y había que echar el resto; y los castronuñeros también anhelábamos el resurgir de nuestro querido Castro; efectivamente había que echar toda la carne en el asador. Si aquellos decían que  era un reto simbólico muy importante allí que había que estar  ¡! Por Castronuño!! Si habían venido hasta chinos y americanos allí nos estábamos todos jugando el pellejo.

En la puerta del hospital, Áurea (ésta de los nuestros) que era muy leída nos enseñó su biblioteca, nos dijo que su casa había sido posada de arrieros antaño y ahora era posada de los sabios que hablaban desde sus libros. Su arenga fue que la cultura era un pilar para la salvación; que sin ella  nos íbamos al garete, nos íbamos a ir como el agua por el  colagón que siempre hubo en esa esquina y que con las cuestas del pueblo apenas si podía tragar toda el agua que venía de lo alto  en los nublaos. Dijo la tía Invención , que lo había vivido antaño, que nos íbamos a ir como las famosas cabras del nublao.  Invención era una poeta local y una de esas inteligencias naturales de los pueblos que olfateaba que Áurea tenía mucha razón aunque ella  no acertara a veces con aquellos nombres de las estanterías: Jenofonte, Plutarco, Saviano de Marsella, Cicerón, Simone Weil, Isabel de la Cruz…

 

Estaba también impresionada con la causa y nos recitó el poema de La Muela donde dice lo de:

“barco sin timonel soñando mares, //es la Muela, mirando hacia los montes”

Áurea nos regaló unos pliegos con los “notables fueros de San Román” de 1222, para que supiéramos más de la historia de la Comarca.

Seguimos en fin subiendo y ya a media mañana llegamos al final de la Anábasis a la plaza de los versos. La multitud plantó cerca algunas encinas y se reunió en círculo abrazándose y brindando con el Vaso concejil donde ahora sí estaba como ambrosía el albillo dorado de Carrolagranja. Yo miré al poniente y   sobre el Cementerio estaba aquello. No podía  entender  que sólo lo viera yo. Era un ovni de los que dibujan los niños, o sea, dos platos soperos enfrentados. Como de hojalata , de un metal gris mate y con ventanas austeras  de una luz tenue, yo las llamé luces de 25, como las de antaño…

Ya en el éxtasis de un día rarísimo fui para allí y me subieron también con el típico chorro de luz. (Los cachondos de mis amigos se reían luego diciendo que nos mandaron un ovni-tartana porque los castellanos no sabíamos pedir. )

Allí me vi dentro de un anfiteatro, o sea igual que en las películas de ciencia ficción , pero con una luz muy tenue y misteriosa. Al contrario que fuera, mi sensación dentro de aquello era majestuosa.

Yo allí abajo en el  semicírculo y en los escaños otro montón de sabios. Me dieron a beber un brebaje que hizo en mi interior como el alcohol en las heridas , primero escozor pero alivio infinito después. Me sentí instantáneamente curado de mi mal.

Un  filósofo en cuya túnica se leía: P. Ros fue el que tomó la palabra: “La Confederación Galáctica ha oído el clamor de la Tierra gracias a vuestra Anábasis de Castronuño, trasmite allí abajo el mensaje de que vuestra unión convivencial como la que habéis gozado  hoy es la clave del resurgir del planeta; pero no basta, las heridas a la Madre Tierra son profundas, así como las semillas de odio instaladas en el corazón del  hombre.  Cada uno allí abajo debe buscar también como individuo  su espacio de plenitud, su ovni interior que como este , no es visible a los demás. Y  en ese espacio de libertad y de conciencia tener la mayor fuerza interior como tú ahora con esta pócima has sentido.”

Entonces perdí el conocimiento unos segundos y caí en el camposanto. Había llovido y el agua se irisaba  sobre cierto  nombre en una lápida; un gorrión (tierra que vuela) fue a beber . Allí estábamos los cuatro: el agua, el pájaro, mi conciencia y ese preciso nombre ( no podía ser otro). En ese mismo instante vislumbré que el mundo tenía todavía salvación.

Author: Castronuño

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