Cualquier dirección es buena de María Sotelo Rodríguez.

Salía de la iglesia y, en vez de tomar el camino hacia el camposanto con el resto de las personas, pensé que no sería buena idea, aunque lo que realmente sentía era que no sabría qué decir si me encontraba cara a cara con Aurora. El sentimiento que tenía guardado desde hace tantos años todavía seguía ahí, resurgiendo con una fuerza nueva: era ella la que había ganado aquel día y se había terminado casando con él. Aunque a día de hoy, eso era lo de menos; aún no podía creer que David, el rubio, mi amigo del alma y a la persona que quise tanto, hubiera muerto.

Fotografía de Laura Fernández Diente.

Mis piernas me llevaron al lugar donde había pasado tantos buenos ratos en verano. Hacía más de treinta años que no contemplaba la curva del Duero y el paisaje me atrapó tanto que, en un primer momento, no me di cuenta de lo cambiada que estaba la Muela. Me apoyé en una de las barandillas y, ahí, mis recuerdos fluyeron al mismo ritmo que el agua del río.

 

 

 

Cuando era una adolescente, pasé la mayoría de mis veranos en mi pueblo materno, Castronuño. Allí conocí a una gran cantidad de amigos con los que compartí la estación estival entre risas, excursiones al monte, quedarnos hasta las tantas viendo las estrellas, bañarnos en esa playa de río que siempre nos encantó, las reuniones con toda la familia, y con personas que acababan siendo como familia, en la bodega o los infinitos paseos en bici. El resto del año, yo vivía en Barcelona, y esos veranos en el pueblo eran como meses mágicos, incluso bucólicos; el poder olvidarme del ajetreo de la ciudad era lo que me daba vida, me pasaba los días próximos al fin de las clases deseando subirme ya en el coche y tomar dirección al pueblo. Sabía que allí me esperaban mis abuelos y su casa, que siempre olía a hogar, los verdes campos y la tranquilidad de dedicarme simplemente a vivir.
Aunque, el primer año que fui no me causaba mucha ilusión al principio. Yo quería quedarme en Barcelona con mis amigas, no me imaginaba que los chavales del pueblo me acogerían tan rápidamente. Eran muchos los que solo iban en verano, al igual que yo, por lo que, reunirse era motivo de alegría y celebración, de contarse todo lo sucedido e, incluso, de reencontrarse con amores que el frío invierno no había congelado. La primera chica a la que conocí fue a mi vecina Aurora, ambas teníamos quince años y nuestras abuelas eran amigas de siempre. Al segundo día de haber llegado, estaba en la puerta de mi abuela jugando a dar patadas a un balón, pero con desidia. En una de ellas, el balón se me escapó y fue rodando cuesta abajo, aunque casi no me di ni cuenta por lo anonadada que estaba pensando en que, si todo el verano iba a ser así, no podría soportarlo. Cuando volví al mundo real del de mis pensamientos, una chica con las mejillas rosadas y una sonrisa vivaracha apareció con mi balón. Yo era una niña muy tímida, por lo que me dediqué a darle las gracias, simplemente.

– Me llamo Aurora y vivo en Madrid, creo que nuestras abuelas son vecinas. -respondió ella, sin dejar de sonreír- A ti no te conozco, ¿eres nueva?
– Sí, es el primer año que vengo. Me llamo Carmen. -respondí, intentando esbozar una sonrisa tras la que ocultar mi timidez.
– Si quieres, puedes venir conmigo. Todos los de mi peña hemos quedado en la Muela para reencontrarnos. Somos unos cuantos, y estoy segura de que estarán encantados de que alguien más se una al grupo. Ya verás, vas a pasar el mejor verano que puedas imaginarte

Acepté la proposición de Aurora y me fui con ella; aún no era consciente de lo que ese verano supondría en mi vida.
Allí conocí a las personas que se convertirían en fieles amigos, con los que compartiría atardeceres tumbados en la hierba, partidas de cartas, miles de horas hablando y mucho cariño.

Pero, el recuerdo que más fuerte acudió a mi memoria fue el de aquel verano de 1979. Yo ya tenía 18 años e ir a pasar todo el verano al pueblo era algo que se me hacía complicado, pero jamás dejé de sentir esas ganas de escapar de las prisas de la ciudad. Aunque me arrepienta cada día del momento en el que decidí tomar el autobús hacia Valladolid.
Era julio y no sabía con quién me encontraría en el pueblo, pero de lo que sí estaba segura era de que vería a mi amiga Aurora. Me había escrito una carta la semana anterior de que ya había llegado al pueblo y pasaría todo el mes. Así que, no me lo pensé dos veces, y me subí al primer autobús que iba dirección Valladolid.
Lo que había entre Aurora y yo era algo más que una amistad, sus abrazos eran los más cálidos que había conocido, el cariño era inmenso; jamás dejamos de escribirnos durante el resto del año, no podía imaginarme mi vida sin ella. Pero fue en ese verano en el cual decidimos hacer el pacto más estúpido que pudiéramos imaginar.

La puesta de sol la despertó de sus recuerdos, miró el reloj y, sin darse cuenta, había estado más de una hora abstraída pensando en lo que pasó; al levantar la mirada, vio que una sombra se aproximaba hacia ella.

-Alguien me ha dicho que estabas en la iglesia, sabía que te encontraría aquí.
No lo podía creer; bastó una mirada para confirmarlo. Sus ojos estaban vidriosos a causa de las lágrimas, pero aún brillaban como en las tardes de verano, cuando el sol resaltaba su color verde.

-Hola Aurora, -dije, casi balbuceando- siento mucho lo de David.
-Lo sé, sé cuánto le querías. Cuántas veces he pensado que jamás debimos decidir nosotras por él, ¿recuerdas? Él nos quería a las dos y jugárnoslo de aquella forma no fue justo ni para él, ni para nosotras.
-Fue aquí mismo donde, a cara o cruz, decidimos quién se apartaría.
-Sí, y no sé si le he hecho feliz. -dijo Aurora, intentando contener las lágrimas- Si le he querido lo suficiente. Si, realmente, quería casarme con él, pero todo se puso a favor, ya sabes que le tocó hacer la mili en Madrid.
-Claro, y yo pensé que era lo mejor, -confesé-.
-No sé si es lo mejor, pero ya es igual. Bueno, -dijo secándose las lágrimas de las mejillas e intentando esbozar una sonrisa – ¿tú qué tal? Estoy algo cansada, ¿nos sentamos y me cuentas, como en los viejos tiempos?
Me resultó inevitable no sonreír, aunque lo que realmente deseaba era darla un abrazo.
-Bueno, después de lo que pasó, volví a Barcelona y me planteé lo que sentía por David, y lo que sentía por ti. Tuve una pareja durante bastante tiempo, pero terminamos dejándolo; ella era una mujer increíble, pero jamás llegué a superar lo sucedido y tenía miedo de volver a sentir tanto dolor por una persona que preferí alejarme. ¿Y tú, tienes hijos?
-Pues no llegamos a tener hijos, nunca llegué a estar segura de lo que sentía por David. Ni si quiera estaba segura de querer casarme con él, no obstante, seguí adelante con la relación. Aunque, más de una vez pensé en dejarlo, siempre ha habido algo por lo que no me atreví a dar el paso; lo último fue cuando le diagnosticaron hace diez años cáncer. Le prometí que estaría a su lado todo el tiempo, que no le abandonaría. Fue duro, ya que el cáncer ha sido muy largo, los tratamientos le dejaban cada vez más cansado y el día a día lo sentía casi como un castigo. -hubo un silencio, parecía que en cualquier momento el tiempo se fuera a quebrar- ¿Sabes? Siempre he pensado que David  te quería a ti y hubiera sido más feliz contigo.
-Realmente, en estos años me he acordado más de ti que de David -confesé, mirándola a los ojos.
-Mira, ¡qué curioso el lugar donde nos hemos sentado! -dijo Aurora, mientras miraba hacia arriba, en un intento de escapar de mi mirada- Desde aquí uno podría tomar cualquiera de estas direcciones: Madrid, Barcelona, Sídney, Berlín… O, tal vez, quedarse. No sé qué hacer, no sé hacia dónde ir…

Fotografía de Rosana de Castro.

-Sí, es complicado intuir dónde está el lugar de cada uno. A veces la vida es igual, no sabemos qué dirección tomar.
-Creo que, si es juntas, cualquier dirección es buena. -dijo Aurora y me abrazó.

FIN

Author: Castronuño

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