EL PRIORATO DEL DUERO

 

II Concurso de relatos breves de la Biblioteca Municipal

Título: El priorato del Duero

Autor: Daniel Pérez Galiacho (Castronuño)

Categoría 4 (adultos)

 

La cercanía del río Ródano suavizaba la temperatura, pues para ser un día de primavera, el Sol brillaba con fuerza. En los márgenes del río y fuera de la protección de la muralla, se extendía un laberinto de casas y cercados con ganado. Mientras cruzaban el puente para pasar al otro margen del río, Aj Shalom pudo ver como al lado de la majestuosa catedral se divisaba una maraña de andamios, cuerdas y poleas. Se percibía cierta actividad en ese entramado que desde la distancia no parecía muy estable. Pronto Hernán, Prior del Hospital disipó sus dudad. Ese edificio sería el futuro Palacio de los Papas en Avignon.

Al llegar a la explanada, Hernán entendió la importancia de la reunión. En un primer vistazo pudo ver varias mitras, media docena de carruajes y multitud de hombres de armas que ejercían de escoltas de los altos cargos eclesiásticos. Hernán no era un apasionado de las ceremonias ni de toda la pompa que rodeaba a la Iglesia, de hecho lo detestaba.  Su ferviente religiosidad no entendía que los hombres de Dios gastaran tanto dinero en ellos mismos y sólo repartieran las migajas entre los desdichados. Al tercer día, cuando terminaron de comer y cada uno se disponía a dedicarse a sus quehaceres, Hernán se puso de pie y con tono serio y seco alzó la voz para protestar:

  • Con el debido respeto. Son tres días los que llevamos aquí en una continua fiesta y muy a mi pesar, creo que hoy tampoco trataremos los negocios para los que fuimos llamados hasta aquí.

Se oyó una voz al fondo de la mesa que con sorna y sin mirar al prior le contestó:

  • ¿Tiene prisa su excelencia por hacerse rico?
  • No consiento tal atrevimiento – dijo Hernán mientras retiraba su capa para poder asir el mango de su espada.
  • ¡Tranquilos! – gritó el Camarlengo. Todos aquí somos hijos de Dios y él no quiere luchas entre hermanos. Como todos sabéis, ya que recibisteis la carta, el negocio que se nos presenta no es tarea fácil. Esta noche, comenzarán las sesiones.

Hernán y Aj Shalom decidieron quedarse en la celda que les habían asignado repasando documentos. Un golpe seco en la puerta les interrumpió su estudio. Aj Shalom se levantó para abrir y ver quien era. Al abrir la puerta, un hombre con hábito entró apresurado en la estancia y cerró con rapidez. Aj Shalom se quedó inmóvil, sorprendido por la virulencia de la entrada. Hernán se levantó furioso de la silla, con su daga en la mano, dispuesto a lo que fuera necesario. El hombre levantó las manos y se quitó la capucha para que vieran su rostro.

  • Mis disculpas, pero no hay tiempo para la cortesía – dijo el hombre con tono convincente. Corren aquí serio peligro. Todo es un engaño orquestado para acabar con ustedes igual que lo hicieron con nosotros. Soy Frey Jacques de Mourrier. Fui traductor del Temple durante años hasta su juicio. El pontífice me salvó de la hoguera y desde entonces trabajo para la Santa Madre Iglesia. En la encomienda del Guareña, hay un castillo que vigila el Duero. Allí fueron enterrados los secretos que la orden trajo de Tierra Santa. Son suyos. Sepan sacarlos partido.

Sin esperar respuesta el hombre abandonó la celda dejando a Hernán y Aj Shalom con un montón de dudas. Todos habían tomado asiento para la cena previa a la sesión, sin embargo había dos sillas vacías, la de Hernán y Aj Shalom. De inmediato, por orden del Papa se les buscó en su celda, por las calles e incluso por las tabernas y lúgubres burdeles. No había rastro de ellos. Ya estaban lejos de la ciudad. Gracias al buen tiempo primaveral, el camino se hizo más llevadero. Aun así, la distancia era importante y la necesidad de llegar cuanto antes hizo que incluso algunas noches no pararan más que a comer algo y cambiar de caballo para seguir el camino.

A pesar de ser una encomienda de su Orden y de albergar allí un archivo de la misma, el prior no había estado allí jamás. Antes de llegar a la puerta de la muralla, les salieron al paso dos soldados con intenciones de no dejarles seguir. Hernán les informó de quien era y enseñó sus credenciales. Rápidamente dieron la voz de que el prior estaba allí. Aquella aldea era una plaza fácilmente defendible. Contaba con el río como muralla natural. Varios riachuelos, que desembocaban en él, creaban cárcavas y surcos rodeando a la aldea de un entramado de trincheras naturales. El castillo estaba en la parte más alta de un montículo y permitía ver quien se acercaba desde la distancia. La Iglesia había sido construida a los pies del castillo y la rodeaba un cementerio muy modesto. Mientras observaba la fachada del templo, vio que un grupo de hombres venía hacia él. Era el merino y el regidor, junto con varios hombres de su guardia. Antes de que se pudieran presentar Hernán dejó claro que desde ese momento no habría más ley ni justicia que la que él mandara. Al merino le exigió que le prestara a los nueve hombres más fuertes de sus tropas y que le adecentaran un lugar para vivir.

  • Señor, se comenta que tiene un esclavo judío. ¿es él? – dijo el regidor señalando a Aj Shalom.

Hernán se acercó con una mirada penetrante que congeló el semblante del regidor.

  • No permito tales faltas de respeto. Ni de quien las hace ni de quien las tolera. ¡Quien se atreva a molestarle se enfrentará a la justicia de mi espada! Creo que todos tenemos faena. Dios apremia a los ligeros.

Antes del ocaso Hernán ya tenía lugar para vivir y le habían sido entregados los hombres que había pedido. Trabajarían dentro del recinto, sin contar nada a nadie de lo que allí se hacía, bajo pena de destierro. Con los primeros rayos de sol comenzaron los trabajos. Hernán organizó dos grupos y repartió palas y picos entre sus hombres. Él fue uno más en aquellos trabajos a la hora de cavar y remover la tierra. Cuando los árboles de la ribera empezaron a cambiar el verde de sus hojas por tonos rojizos, la zona de excavación estaba casi completamente horadada. Los trabajos se habían centrado en la zona de la muralla más cercana a la iglesia. Allí, al comenzar a excavar, habían descubierto una galería previa que se dividía en tres. Este descubrimiento avivó la esperanza de los hombres y con más fuerza empezaron a retirar escombros y arena de la gruta. Al final de una de las tres galerías, la luz de la antorcha iluminó lo que parecían unas vasijas de barro. Con mucho cuidado sacaron media docena de ellas a la superficie. No pesaban. Parecían estar vacías. Como habían sospechado, todas estaban vacías salvo una. Al moverla, en su interior sonaba algo que rozaba con las paredes. Hernán cogió una piedra he hizo añicos la vasija para ver el contenido. Lo que aquella vasija escondía eran unos rollos de pergamino. Aj Shalom se acercó y confirmó que estaban en hebreo, pero que le llevaría algún tiempo traducirlos. Cuando terminó su trabajo, Aj Shalom le contó en privado a Hernán lo que allí estaba escrito.

  • Son cartas y escritos de Helena de Constantinopla. Yo sólo me he dedicado a traducir. Parece que las escribió para mandarlas a su hijo pero luego no lo hizo. Confiesa que las reliquias encontradas en Tierra Santa pudieran no ser de Jesús. De hecho ella no está convencida de ello. Habla de su viaje a Egipto y de lo que allí descubrió. Cuenta que adoraban a un Dios, Osiris. Aquel Dios fue concebido por una virgen. Fue asesinado por su hermano y resucitó al tercer día. Aparece este símbolo – dijo Aj Shalom señalando una cruz con una parte curva- como elemento de adoración y…
  • ¡Basta! Creo que he oído suficiente. Esto es lo que andábamos buscando. Sin duda aquel templario tenía razón. Esta información es muy valiosa como para estar en manos de cualquiera.

Aquel descubrimiento era importante y peligroso. Corría el peligro de ser destruido. Hernán mandó hacer copias en las diferentes lenguas que Aj Shalom conocía. En aquella tarea les ayudó Leonor, una mujer que a pesar de no saber leer, tenía un don para el dibujo. Hernán mandó cartas con fragmentos de aquellos textos a los principales líderes de la Iglesia. La respuesta no se hizo esperar y a los pocos meses llegaron a Castronuño el Obispo de Zamora, el de Coria , el de Lugo, acompañados por el Arzobispo de Compostela. Convirtió las galerías excavadas en estancias donde al calor de la hoguera, los hombres pudieran comer y beber. Durante varios días trataron de convencer al Prior para que destruyera los documentos pero no lo consiguieron. Al final tuvieron que comprar su silencio con dinero y cargos. Le ofrecieron ser mayordomo real y una aportación de dinero anual. Hernán aceptó el dinero y prometió pensar si aceptaría el cargo.

Hernán se reunió con Aj Shalom y Leonor y les entregó un escrito:

 

Solo vosotros sabéis el secreto y es mi deseo que siga siendo así por mucho tiempo. Con el dinero que recibiremos, se habrá de construir un templo para el pueblo, libre de diezmos y pagas a los usureros que ocupan las sillas de la Iglesia. Seré enterrado en él al igual que vosotros, si es vuestro deseo. También enterrareis los documentos originales. Una estatua mía en piedra, de rodillas y pidiendo perdón por mis actos, habrá de indicar el lugar de su escondite. Haremos traer canteros para su construcción. Si muero antes de ver la obra terminada, ruego hagáis cumplir mis deseos.

 

 

Hernán pasó de ser un hombre corriente a convertirse en alguien tan importante como para que la Iglesia le permitiera construir un templo personal, al que quien quisiera podría acudir, independientemente de la fe que profesara. Vinieron canteros de lugares cercanos y remotos. De entre todos destacó un grupo de portugueses que por su forma de trabajo y hábitos parecían más monjes que canteros. Cada piedra que colocaban la tallaban con una cruz singular. Desde el primer momento congeniaron muy bien con el prior y fue su influencia la que hizo que la iglesia se consagrara a San Juan el Bautista. En 1333 murió Hernán y fue enterrado en su iglesia.

 

 

 

 

 

 

Author: Castronuño

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