Francisco Tasquín

IV CONCURSO DE RELATOS BREVES DE LA BIBLIOTECA MUNICIPAL DE CASTRONUÑO

Título del relato: Francisco Tasquín

Categoría 4 (Adultos)

Autor: Roberto Sanz Galván

PREMIO ACCÉSIT

 

Allí se encontraba, en lo alto de la Atalaya, instantes antes del amanecer contemplando la fortaleza de Siete Iglesias, la misma que su amo, Don Pedro de Avendaño, ordenara levantar unos años atrás.

– El era Francisco Tasquín, uno de los principales capitanes del alcaide de Castronuño, y tenía orden de recuperar el castillo que este perdiera dos años atrás.-

Con Toro cercado, esa posición serviría de base para hostigar a las tropas enemigas pertenecientes a los reyes Católicos, y a la vez evitar los ataques y quebrantos que las fuerzas que en ella estaban les causaban.

Habían salido de madrugada de Castronuño, pero solo estarían a los pies de la fortaleza la caballería. Los peones y la artillería venían por la vereda de Santa Olalla.

La tardanza de las artes de asedio no era mayor problema, ellos comenzarían a retar a los ocupantes del castillo, mientras los otros lanzarían alguna saeta que caería mansamente a sus pies, y algún que otro improperio con la única intención de encender el animo de algún jinete para ponerlo a tiro de flecha. Pasos previos a entablar dialogo de entrega.

Estos eran los rituales de las batallas, y el ya estaba acostumbrado a ellos. Había cabalgado con su amo Pedro de Avendaño en muchas ocasiones, sitiando fortalezas en Galicia, o saqueando Simancas. Pero no solo conocía las victorias, también reveses en tierras burgalesas, o el no poder ayudar a sus compañeros de armas en Herreros. Buenos guerreros con quienes había luchado codo con codo en otras contiendas, y fueron vilmente degollados.

Ahora se encontraba a los pies de Siete Iglesias, con animo de ajustar algunas cuentas, en ese mismo castillo donde había servido tiempo atrás, pero del que fueron expulsados por las tropas que ahora lo ocupaban, era momento de tomarlo, bien negociando, o batallando y entonces la sangre empezara a hervir en las venas o correr fuera de ellas tras cada lanzada o estocada.

El sol de Junio iba ganando altura, y tal como mandaban las costumbres de la guerra llegaba el momento de conferenciar los contendientes. En medio los habitantes del pueblo, gentes rudas que no tenían mucho aprecio a las tropas que el encabezaba, pues con su esfuerzo y sudor habían levantado piedra a piedra ese castillo, siguiendo la orden de su señor Avendaño.

Salio Juan de Varela(1) de las murallas, acompañado de varios jinetes, que portaban los pendones de los reyes Católicos, era el soldado y ahora alcaide que arrebato la plaza a Avendaño dos años atrás, si era capaz de convencerlo evitaría el derramamiento de sangre de sus compañeros, y ahorraría mucho tiempo y recursos a su señor.

Altivo caballero era el Varela, actuaba como si fuera hidalgo de cuna, mas era villano como el mismo. Ni el golpe de efecto de la llegada de la artillería sirvió de mucho, se veía respaldado por los ejércitos de Castilla y Aragón, y los dos sabían cuanto poder significaba eso. Varela estuvo entre los soldados que juntaron Isabel y Fernando en Simancas, cuando se dispusieron a dar la primera embestida a Toro. Y el, Tasquín, los había combatido y hecho levantar el asedio solo cuatro días después de comenzarlo. Ambos habían sido peones de sus señores en otras batallas, y ahora de nuevo cara a cara eran sus propios capitanes en esta. Tras parlamentar un buen rato dieron por finalizadas las negociaciones, sin acuerdo alguno, era el momento de las armas.

Mientras todo esto ocurría, quienes traían las lombardas terminaron de disponerlas en los lugares establecidos, y los soldados que portaban las espindargas estaban casi en formación.

El sol ya estaba en todo lo alto, y contemplaría desde su privilegiada posición lo que ocurriría en adelante, él encabezaría el ataque, y Varela, desde los muros contemplaba los preparativos.

La primera acometida se llevaría a cabo una vez las lombardas callaran, dejando todo sumido en la negrura del humo de la pólvora. Así los proyectiles comenzaban a impactar, unas veces en los muros, otros en la puerta y otros en el suelo. Los artilleros se afanaban en acertar en los matacanes y en la puerta, pero cada disparo era como una tirada de dados. Tras varios impactos que parecían haber hecho mella en la puerta se preparó el ariete antes que los de dentro tuvieran tiempo de tapiarla.

Mientras él organizaba sus tropas para la carga, vio como al amparo de una lluvia de flechas salia un grupo de jinetes. La maniobra rápida y audaz dejó sin posibilidad de reacción a los hombres del ariete, y en un momento ya se estaban dirigiendo hacia la posición de la artillería, seguidos de mas refuerzos a pie y a caballo.

Debía acudir rápidamente a reforzar la posición de los artilleros, pero también de aprovechar la oportunidad que ofrecía la puerta abierta. Sin apenas tiempo de organizar defensa o ataque dio la orden a dos de sus subalternos de mandar un grupo a proteger los cañones, si se los arrebataban el castillo quedaría mejor defendido, mientras que el, con otro grupo mas numeroso se lanzaría contra la puerta para detener la salida de soldados e intentar entrar. Dejaba en retaguardia a uno de sus capitanes, llamado Enrique Bernáldez(1), con orden de acudir en refuerzo de quien primero lo necesitara y dar relevo.

Varela parecía no tener ganas de un sitio, para bien o para mal su intención era dar fin cuanto antes a la situación. Comenzaron los choques de aceros, los lanceros habían empezado a formar pero no de manera homogénea, y allí donde había hueco él y sus soldados habían empezado a cargar.

Todo estaba siendo muy caótico, pero al menos habían logrado cortar el ataque a la artillería, y una parte de los soldados enemigos se encontraban entre el fuego de las espindargas y sus aceros, a la vez que ellos mismos luchaban por contener a los que salían de la fortaleza, si Bernáldez no acudía enseguida se verían superados y rodeados. Apenas había terminado de pensar eso, o quizás lo había pensado ya hace una hora, pues así de extraño pasa el tiempo cuando se lucha por la vida y se arrebata la de otros, cuando sintió la carga del resto de sus soldados, en ese momento dio orden de repliegue a los hombres que se encontraban a su alrededor. Mientras Enrique y los suyos se incorporaban ellos pasarían a retaguardia, donde les esperaban con odres de agua. Era momento de tomar aire y agua para aclarar ideas. Al mirar a su alrededor pudo ver como la mayoría de sus hombres estaban con el, alguno volvía de a pie a pesar de haber entrado a caballo, otros con la lanza partida pero ellos enteros, contaba que alguno, los de sangre mas caliente siguieran en plena batalla, insensibles al cansancio, llevados por esa extraña euforia que sentían los mas sanguinarios, a otros ya no les volvería a ver.

La situación era de empate, la artillería ya estaba segura, pero la puerta seguía demasiado lejos, si tocaban repliegue comenzaría un largo y tedioso asedio.

Sus hombres ya habían bebido, algún herido se encontraba sentado a la sombra de un árbol, tanto si era grave como si no poco podía hacer. Llamó a todo aquel útil y de nuevo se lanzaron al cuerpo a cuerpo, al llegar tomaron el relevo a los hombres que allí se batían, cogiendo estos el camino a la retaguardia. Apenas demoraron en incorporarse de nuevo al ataque, y en un momento que pudo levantar la vista vio que se encontraban mas cerca de la puerta, en ese momento una flecha se clavó en la grupa de su caballo y casi le tira al suelo, pero logró controlarlo y sacarlo del tumulto, estaban cerca, pero faltaba otro empujón. El sol ya descendía, pero a la vez golpeaba con mas fuerza, haciendo que las cotas, petos y gorjales cocieran la carne bajo ellos. Esta vez iría de a pie, el caballo de poco le valía herido y cojeando. Uno de sus subalternos, Diego Pareja (1), apareció a su lado herido, un feo tajo en la cara, que se lavó con el vino con que también alivió la sed, la otra sed, la de sangre no estaba calmada aún y en esos momentos sería capaz de entrar dando tajos en el mismísimo infierno, ese que llevaba encima con su espada y daga.

Bernáldez parecía estar a punto de doblegar la defensa, si lo conseguía sería su oportunidad, pero necesitaría ayuda. Ese nuevo envite hizo retroceder otra vez a los de Siete Iglesias. A la cabeza de los recién llegados le pareció ver a Juan de Varela. Bien sabía de anteriores ocasiones que no era cobarde, jamas rehuyo trabar combate, y las viejas deudas de esos cruces podían tocar a su fin en ese día, cuando el pendón de su señor Avendaño y de la reina Doña Juana volvieran a las almenas.

Nuevamente los tajos y estocadas se volvieron a suceder, chocar de aceros y gritos de dolor arrancaban de la mente cualquier pensamiento, solo el de avanzar permanecía, y de repente, cuando ya estaban a punto de romper las filas enemigas estas se abrieron para dejar pasar a los últimos jinetes, mas quedaba claro que esa era una maniobra casi a la desesperada, para dar cobertura en el repliegue a las murallas. Apenas le dio tiempo de ver a quien se le venía encima, pero aún así el instinto le hizo levantar el escudo y parar el golpe. Entonces le vio, Varela, el momento había llegado, y en la mirada de su oponente vio esa misma determinación, esta vez no habría tablas. Segunda carga, venía decidido a arrollarlo, apenas contaba con un suspiro para reaccionar y evitar los cascos del animal. Lo esquivó por poco y en precario equilibrio lanzó una estocada que por poco acierta en la pierna del jinete, pero si en el estomago del equino, el magnifico animal se retorcía de dolor y apenas hacía caso de las ordenes.

Mientras a su alrededor reinaba la confusión, con los de Siete Iglesias tratando de alcanzar la seguridad del castillo, y los suyos tras ellos, el se dirigía hacia un Juan de Varela ya de a pie, entonces dio comienzo el baile en el que ambos buscaban oportunidad para la estocada, la cual llegó en un traspiés de su adversario. El tiempo es extraño en el combate, hechos de segundos parecen eternos, y situaciones que parecen demorarse indefinidamente cambian en un abrir y cerrar de ojos, al alzar la mirada vio como sus hombres ya entraban por la puerta de Siete Iglesias, seguramente Bernáldez iría en cabeza, mas les valía a los de dentro deponer las armas cuanto antes.

Finalmente a la caída del sol los pendones de Castilla también habían caído de las almenas, nuevamente ondeaban los de Portugal y Avendaño.

A la mañana siguiente, el y parte de sus hombres partieron de nuevo hacia Castronuño, con un par de prisioneros de la baja nobleza con los que hacer caja, al resto de ocupantes se les permitió salir con la condición de dejar atrás el botín de batallas pasadas, exigua recompensa para sus hombres, pues los soldados rara vez ahorraban mucho.

Ya en Castronuño dieron cuenta ante Avendaño de lo sucedido, esperaba ser nombrado Alcaide de Siete Iglesias, pero su señor tenía reservado ese honor para un noble Portugués, así era la vida del soldado, solo esperaba que guardara mejor lo que tanto les había costado recuperar de como lo hiciera el conde de Marialba con Toro.

El seguiría luchando por su señor.

 

 

Nota: Los personajes marcados con (1) son ficticios, sin embargo Francisco Tasquín existió y aparece en las crónicas incompletas de Fernando el Pulgar. La perdida y toma de Siete Iglesias también acontecieron, aunque el historiador hace una breve mención a ello, se desconocen las circunstancias y hechos concretos.

Author: Castronuño

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