IV CONCURSO DE RELATOS BREVES DE LA BIBLIOTECA MUNICIPAL DE CASTRONUÑO
Título del relato: La magia de Castronuño
Categoría 3 (15 a 17 años)
Autor: María Marroquín González (Miranda de Ebro)
PRIMER PREMIO
Las pasadas vacaciones de Semana Santa vinieron mis tíos y primos a Castronuño. Se alojaron en una casa grande, cerca de donde vivíamos mis padres, mi hermano pequeño y yo.
En mi casa todos estábamos muy contentos con su llegada. Hacía 5 años que no estaban en Castronuño, lo que aportaba más ilusión y emoción. Sobretodo a mi hermano pequeño que con sus recién cumplidos 5 añitos, nunca había tenido ocasión de conocer a sus tíos y primos. Mis padres tenían la convicción de que el reencuentro sería fascinante y muy enriquecedor. Yo estaba ansioso de presentarles a mis amigos, puesto que estaba seguro de que conjuntamente con otros hijos de veraneantes y la juventud de Castronuño, formaríamos un grupo bien avenido y además lo pasaríamos en grande. Ya estaba pensando en todo lo que podíamos hacer: excursiones, paseos, juegos, tardes en el río, divertidas veladas,… Siempre iba a haber muchos motivos para encontrarnos y pasarlo muy bien.
Por su parte, mis tíos y primos también estaban deseosos de visitar Castronuño, la localidad de nacimiento de sus abuelos. Aprovechando las vacaciones de Semana Santa querían disfrutar de la familia y de Castronuño. Además les entusiasmaba la idea de adentrarse de lleno en la vida rural y en la naturaleza. Y para eso Castronuño era el lugar ideal por su emplazamiento. Clavado en pleno corazón de la reserva natural Riberas de Castronuño-Vega del Duero, Castronuño se convertía en un bucólico paisaje. Era el sitio perfecto para desconectar y alejarse de las prisas, del consumismo y materialismo de la ciudad y de la falta de compromiso e implicación en el cuidado del medioambiente que se percibe en la ciudad. Mis tíos y primos estaban convencidos de que iban a recuperar muchas cosas sencillas que tenían olvidadas y que ofrecerían mucha felicidad a sus vidas, como la naturaleza y tranquilidad que habían olvidado en el trajín de la vida moderna.
Resumiendo, todos estábamos ilusionadísimos.
El primer día con mis tíos y primos en Castronuño fue extraordinario. Dimos un ameno paseo por la Senda de los Almendros, el recorrido dejó perplejos a mis tíos por la espectacular vegetación y fauna que se extienden por la ribera del Duero. También pescamos y nos dimos un baño a orillas del Duero. En todas las actividades se palpaba una gran alegría y felicidad, donde reinaba la amistad y el aprecio a Castronuño, que se hacían visibles con una multitud de sonrisas, abrazos y risas.
Ya caída aquella tarde preciosa, con luz parcialmente tapada por las nubes blancas, que dejaba entrever un sol que se peleaba por no desaparecer en el horizonte, presentamos a nuestros amigos y vecinos a los tíos y primos.
Mis tíos y padres se pusieron a charlar con más parejas de Castronuño, Los niños empezamos jugar. Todos estábamos muy alegres correteando y persiguiéndonos; excepto un primo mío de ocho años que andaba liado con una consola. La golpeaba fuertemente con los dedos, poniendo todo tipo de gestos enfurecidos y cuando alguien se le acercaba para invitarle a jugar con todos, le alejaba con malos modos.
Mi hermano pensó que nuestro primo trataba de destruir aquella maquinita que le hacia tan infeliz y decidió ayudarle; se acercó, cogió la consola, la tiró al suelo y la pisó, mirando a mi primo con gran satisfacción.
Mi primo se enfadó muchísimo y no paraba de acosar a mi hermano. Pronto se montó un buen alboroto y mayores y pequeños nos acercamos a ver que ocurría. Mi primo estaba nervioso y con muy mal humor y no hacía más que increpar a mi hermano, que se había quedado atónito con su respuesta.
Todos intentábamos apaciguar el ambiente y tratábamos de encontrar una explicación a lo ocurrido. Mi primo repetía enfurecidamente que mi hermano le había tirado la consola al suelo sin motivo alguno y la había pisoteado. A lo que mi hermanito replicaba que solo quería ayudarle porque se le veía muy enfadado por culpa de la maquinita. A mi hermano le sobrepasaba la situación y salió corriendo hasta que llegó a casa.
Mi hermano David tenía 5 años. Era un niño pequeño muy alegre y campechano que siempre trataba de ayudar a los demás.
Cuando mis padres y yo llegamos a casa nos encontramos a David metido en la cama, llorando y sin dejar de preguntarse si todos si habían vuelto locos. Le intentamos explicar lo ocurrido, pero no había forma de hacer que parase de llorar y tranquilizarle, hasta que yo le dije que se calmara que al día siguiente temprano iríamos a un lugar muy especial que lo cambiaría todo. David se quedó intrigadísimo y con el suspense dejó de llorar y se quedó dormido para estar bien descansado y levantarse pronto al día siguiente a descubrir el enigma.
Nos levantamos temprano y nos pusimos de camino. Llegamos a La Muela. El sol resplandecía y las vistas eran impresionantes. Le dije a David que contemplara todo a nuestro alrededor, que observara las grandes dimensiones del meandro, que divisara los campos de cereal, los bosques y almendros, que se fijara en la colorida estampa que se formaba a orillas del río Duero.
Se quedó impresionado por las vistas que ofrecían un espectáculo paisajístico inigualable de Castronuño.
Le regalé una preciosa ramita de almendro con muchas flores y le dije:
– Ves esta rama. Es parte del paisaje que divisas, paisaje que siempre sigue estando ahí, que se repone a pesar de las inclemencias del tiempo. El otoño hace que los almendros se queden sin hojas y en primavera vuelven a brillar con todo su esplendor, germinando y volviendo a crecer, demostrando toda su grandeza. Tú eres igual, siempre hay momentos más difíciles en la vida, pero, como hace el campo, hay que sobreponerse y volver a sonreir y soñar.
David al escuchar mis palabras y darse cuenta del magnífico ejemplo que nos ofrece el campo, se sintió muy reconfortado. Tensó el cuerpo, cerró los puños, se estiró, levantó la cabeza, miró tiernamente y muy orgulloso a Castronuño y al paisaje, y con toda la ilusión y firmeza del mundo, prometió que pasase lo que pasase sería capaz de superarlo, por muy malo que fuese, tal y como hace el campo de Castronuño, y siguió contemplando y admirando todo cuanto divisaba, dispuesto a cumplir lo que decía.
Yo le observaba sonriente y esperanzado. Le felicité por sus palabras y por lo bien que se había recompuesto y le alenté a que no se le olvidara nunca el espíritu y el compromiso que había adquirido aquel día en La Muela.
Hoy, un año más tarde, mi hermano cumple fielmente el compromiso que adquirió en La Muela.
Por ello, te agradezco Castronuño tu magia enamoradora propia de ti y de un entorno como el tuyo.
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