Las cuevas de Tomaicoli

I Concurso de Relatos Breves de la Biblioteca Municipal de Castronuño

Título: Las cuevas de Tomaicoli

Autor: Concepción García Rodríguez

Categoría 4 (adultos)

LAS CUEVAS DE TOMAICOLI

Es muy posible que el título de este relato osextrañe, más que nada porque por mucho que busquéis en internet dudo que encontréis estas cuevas; que existir, existen, pero su nombre no está registrado en ningún mapa al menos como “Las cuevas de TOMAICOLI”. Ha pasado tanto tiempo…de no haber sido por la memoria privilegiada de mi querida amiga Toya, que no hace mucho refrescó la mía con recuerdos sobre algunas de aquellas correrías de niñas, no habría caído en la cuenta de que merecía la pena contar algunos hallazgos de nuestra infancia.

Nuestro pueblo: CASTRONUÑO. ¿Cómo podría definirlo? no como es ahora en el presente si no hace cincuenta años o más. Algunas cosas no han cambiado para nada, su enclave por ejemplo, en lo alto de… ¿Podríamos decir? ¿Colina? ¿Cerro?  Da igual, cuando era una niña sus cuestas aunque muy pronunciadas no eran nada para mi, ahora sí, me cuesta subir algunas sin pararme a descansar. El rio Duero, gallardo y señorial lo acaricia formando un verdadero vergel en sus orillas, la curva que se divisa desde el paseo de La Muela parece dibujada en el paisaje. Y ahí, cerca de la preciada y querida FUENTE DE LA SALUD donde corre el agua cristalina, de la cual se decía que hacía honor a su nombre y curaba los males de aquellos que con infinita fe se acercaban a beber sus aguas, ahí, entre maleza y piedras resbaladizas se encontraban Las cuevas de TOMAICOLI.  Cuatro mocitas entre los once y trece años “las descubrimos”, por supuesto, es un decir,  aunque nunca dudamos de que ese  honor fuera nuestro. Las bautizamos TOMAICOLI tomando las dos primeras letras de nuestros nombres, éramos muy serias en depende que cosas.

TO,  pertenecía a Toya, MA, a Mari, CO, a Conchi y LI a Lidia  (La I intermedia era solamente para despistar) recursos no nos faltaban desde luego.

En la escuela no paraban de hablarnos de godos y visigodos y de sus  invasiones en la Península, nuestra imaginación por aquel entonces era desbordante.

  • Esta tarde vamos a las cuevas, no debemos de parar hasta encontrar algún tesoro.
  • Llevaremos algo de luz, linterna o mecheros. Aquello esta como boca de lobo.
  • ¡Yo tengo una idea! Y no tenemos que pedir nada en casa o cogerlo y que luego se descubra.
  • ¿Y qué es?
  • Ya lo veréis, vendré preparada.

Éramos aguerridas y valientes, nuestros padres, muy buenas personas, pero severos, por aquel tiempo lo que hicieras a espaldas de tus progenitores tenía un valor añadido, ni mis amigas ni yo, supimos lo que era un psicólogo hasta muy entrada  la edad adulta en eso no se equivocan las bromas que circulan hoy día por las redes sociales al respecto. No lo necesitábamos en absoluto. Nuestra salud mental era perfecta.

  • ¿Qué has traído Toya?
  • Papel de periódico y un par de cerillas
  • ¿Un par? Pues menudo. ¿Y vamos a tener bastante?
  • Si Conchita. Solo cogí dos por si mi madre las tiene contadas.
  • Tienes razón. No hay que dejar pistas.
  • Mari, tú la primera, toma el papel encendido y tu Lidia la última con otro.
  • Pero enrollarlo bien si no se consume rápido.
  • Toya, con uno encendemos otro.
  • ¡Adelante!
  • ¡Qué oscuro está esto!
  • Mira que si sale una serpiente…
  • Si Conchita y Adán y Eva jajajajaja

Todas empezamos a reír como locas, posiblemente imaginándonos a nuestros primeros padres emerger de las profundidades de la cueva como  Dios los trajo al mundo.

Allí no se veía ningún tesoro, humedad, silencio y oscuridad, algo que nos hacía temblar pero a la vez nuestra adrenalina subía como la espuma. Cuando las pocas hojas de periódico se iban agotando y existía verdadero peligro de que nuestras guerreras que las portaban se abrasaran los dedos, nos batíamos en retirada, con el propósito de jamás desfallecer, porque allí, lo que es allí, algo debía de haber.

Muchas tardes pasamos buscando en aquellas cuevas algo que nos hiciera famosas, pero pasaba el tiempo y nada acontecía, nos quedamos con las ganas de poder inmortalizar un momento histórico en CASTRONUÑO.

Lo emocionante de nuestras correrías no eran solamente las cuevas. Los inviernos en nuestro pueblo eran tan fríos que las palabras se congelaban y nuestras rodillas  cambiaban de color carne a morado con mucha frecuencia, pero eso no nos acobardaba, nos encantaban “los chuzos”. El  tobogán era completamente ecológico ya que lo fabricamos a fuerza de resbalar con nuestros traseros, nos llevaba al mismo borde del rio, las heladas eran de órdago los “chuzos” colgaban de los árboles y las plantas como verdaderos cristales, limpios y apetecibles, allí estaban diciéndonos: “Cógeme y deshazme en tu boca” ¡Qué buenos estaban!  Podíamos haber resbalado e incluso caer al rio, no lo pensábamos, no veíamos  el peligro. Era emocionante, sobre todo porque  nadie sabía dónde estábamos. Existe un placer irracional cuando eres niña en permanecer en un lugar que solo a ti y a tus amigas pertenece y nadie conozca. Ese lugar “secreto”, ignorantes del riesgo que eso podía suponer.

Ahora la gente pasea por “La ruta de los almendros” todo está preparado para el visitante, su disfrute del maravilloso paisaje, del aroma que se desprende de tanta vegetación, su verdor y la paz que se respira por esos caminos, pero solo algunos lo han conocido como nosotras, pocos se atrevían a bajar allí “sin red”

Puede que haya olvidado muchas cosas de mi niñez, la memoria es tremendamente selectiva, pero a mis queridas amigas, jamás. Con ellas viví desde los cinco a los catorce años verdaderas aventuras que solamente nuestro amado pueblo CASTRONUÑO ha sido testigo. Y no solo mis compañeras de  TOMAICOLI, también quiero recordar aquí a Toñi, a Teodora, a Macari,  éramos una pandilla de chiquillas sin más pretensiones que pasárnoslo bien, reírnos y hacer de la rutina algo especial de vez en cuando.

Los veranos eran mucho mejor, la preciosa “playa” que nos ofrecía el rio cerca de la Presa de San Jose, nos hacía vivir tardes inolvidables, a veces con nuestras familias, llevando una buena merienda, disfrutando del frescor que nos daban los árboles, generosos en su plácida sombra, la arena, el agua limpia de “nuestro Duero” nada nos hacía envidiar otras playas de las que las niñas más privilegiadas del pueblo, a veces presumían.

También existían penas y preocupaciones en aquellos pequeños corazones, no eran tiempos fáciles para nadie, nuestros padres nos enviaban a la escuela con la esperanza de hacer nuestro camino un poco más fácil que el que ellos tuvieron que recorrer  y los maestros de aquella época estaban completamente por la labor. A veces nos hacían “sudar tinta,” inflexibles y poco dados a tener en cuenta nuestra opinión, era frecuente vernos de rodillas y con los brazos en cruz sujetando un libro en cada mano fuera de la clase, en el vestíbulo. Incluso las orejas rojas por los cachetes que llegaban sin avisar o las uñas doloridas al haber probado la regla justiciera. Pero había algo a lo que temíamos mucho más y era la salida de la misa mayor los domingos, los padres y los maestros se reunían a charlar. ¿Y de quién si no? De nosotros, por supuesto y de aquellas charlas dependía completamente como pasaríamos la tarde del domingo.

  • Toya la lección del catecismo ni la he mirado. – Le comenté a mi amiga cabizbaja.
  • ¡Toma ni yo! Ni esta, ni aquella.
  • Pues tengo la solución. Esta tarde a la maestra se le va a olvidar darnos el catecismo. Mira. – Abrí la caja y les enseñé el pequeño ratón.
  • ¿Y qué vas a hacer con eso? Preguntó mi amiga asombrada.
  • Ya verás. Lo pondré en su cajón. Este bichito nos salvará esta tarde.
  • Jajajajajajaj Pues manos a la obra.

Nosotras también sabíamos dar sustos, seriamos pequeñas pero a la hora de la verdad, el que reía el ultimo (y esas éramos nosotras) ríe más y mejor y aquella tarde (Según me han contado, que yo casi ni me acuerdo) debió de ser memorable. Más no por eso dejábamos de sentirnos orgullosas de nuestra escuela, única en aquellos contornos y vaya un ¡Gracias! Por aquellas maestras que, a pesar de todo, nos proporcionaron una cultura de la que ya podían aprender estas últimas generaciones, éramos sufridoras de un sistema de enseñanza marcado por “la mano abierta” pero la mayoría abandonamos la escuela con unos conocimientos tales, que  nadie y en ningún lugar podrían tacharnos de ignorantes.

FIN

Author: Castronuño

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