Las evidencias que no ves de Lara Suárez. Primer premio, categoría 3.

Era una mañana oscura, algo fría. El sol, tímido, intentaba salir y alumbrar todo a su paso. Ningún ruido se atrevía a perturbar la maravillosa calma que el silencio había creado. La iglesia de Santa María del Castillo de Castronuño se erigía, majestuosa, ante la mirada de los sorprendidos visitantes que en ese día se adentrarían en las encantadoras entrañas de la cultura y el poderoso saber. Hasta que algo, (o alguien) se atrevió a romper el especial momento. Un estruendo, como de cristales rotos y un grito. Luego pasos, sonoros, continuos, nerviosos. Más tarde, otra vez silencio. Y más silencio.

Las puertas se abrieron y dieron paso a una imagen poco habitual: gente, cámaras de fotos, mochilas, ropas horteras y alguna que otra mirada de éxtasis. Los tenues rayos dorados se colaban por las vidrieras dando al monumento un aire alegre y acogedor, haciendo que fuera todavía más increíble. Los visitantes presentes esa mañana estaban impresionados.

Una niña rubia peinada con una larga cola de caballo y cuyas mejillas estaban cubiertas por un sinfín de pecas permanecía cogida de la mano de su madre y parecía encantada: observaba a su alrededor con admiración y se empapaba de todo cuanto su cerebro y movimientos le permitían. Hasta que vio algo que no le gustó. Un atisbo de miedo se reflejó en sus ojos y su expresión traslucía lo muy asustada que estaba. Gritó. Rápidamente un grupo de personas se reunió en torno al extraño acontecimiento: una mancha roja, oscura y viscosa afloraba de entre las limpias baldosas del suelo. Todo era muy confuso. El caos reinaba entre los sentimientos posibles de aquella mañana oscura, fría y poco soleada del dos de enero de 2019.

La iglesia se vació rápidamente. No eran muchos porque esta hermosa iglesia no se visitaba especialmente, pero eran más de los habituales. Dentro solo quedaban la niña rubia, su madre, el responsable de la iglesia y dos policías que llegaron inmediatamente. Tras una serie de preguntas a la niña acerca de cómo, cuándo y si vio a alguien cerca de aquella mancha, la dejaron salir. Estaba muy conmocionada.

Poco después la policía se puso manos a la obra: buscaron cualquier tipo de evidencia que les diera una pista sobre aquel misterio. Llegaron los forenses, equipo fotográfico y demás personal. La teniente Taner encontró una prueba: un cristal minúsculo entre dos baldosas. El día transcurrió entre nuevas pruebas, cafés y muchas ilusiones por descubrir qué había acontecido. La noche llegó y la iglesia se quedó sola, silenciosa como siempre. Una sombra, sigilosa, se coló entre las puertas que dos agentes custodiaban y llegó al lugar que la policía había acordonado previamente. Se rió. Una risa macabra que denotaba locura. Cogió un trapo y un limpiador y se dispuso a eliminar la extravagante mancha. Misión cumplida. Dejó las cosas donde estaban y, tan silencioso como siempre, salió.

A LA MAÑANA SIGUIENTE

-Pero bueno, ¿qué ha pasado aquí?- exclamó la teniente.

-No lo sé teniente, cuando he llegado esta mañana me he encontrado así el escenario del crimen.

-Esto no puede ser, ¿quién ha sido el tonto que ha dejado la iglesia sin vigilancia?

-Señora, no nos hemos movido de aquí en toda la noche. No sabemos qué ha podido pasar- exclamaron a coro los agentes que custodiaban las puertas durante la madrugada.

La teniente no indagó más, no lo necesitaba y no deseaba seguir poniendo en evidencia a sus agentes. Habían encontrado otra prueba: una botella de cristal, rota y manchada. Tocaba papeleo. Lo aborrecía. El grupo regresó a comisaría.

La noche cayó y se repitió el proceso: una sombra sigilosa se coló en la iglesia y barrió todos y cada uno de los cristales que se hallaban en el frío y duro suelo. Cuando acabó su trabajo, se fue, como si nada hubiera sucedido.

UNA MAÑANA MÁS

Todo se repitió a la mañana siguiente, como la anterior: la teniente se lamentaba y maldecía y no entendía lo que pasaba. Hasta que tuvo una idea. Una sorprendente idea.

Cuando era pequeña había escuchado la leyenda del topo y jamás la había olvidado. Durante la construcción de la iglesia, al caer la noche, un animal maligno destrozaba todo lo que los obreros habían construido. Los habitantes de Castronuño estaban hartos porque la obra no avanzaba. Una noche, la gente del pueblo y los obreros se reunieron y dieron caza a aquel animal. Su piel fue enterrada en la iglesia.

Decidió intentarlo. Algo había que hacer, aunque fuera tan estrambótico como lo que se le acababa de ocurrir. Taner y su ayudante pondrían un cebo, una prueba falsa y “el topo” vendría a cubrir sus huellas, ellos estarían esperándole con las luces apagadas y cuando entrase le descubrirían.

La noche volvió y con ella, la sombra.

Entró de nuevo y se dirigió al lugar del crimen. Vio que había un trozo de corcho sobre el suelo y se dispuso a recogerlo. Antes de que sus dedos lo rozasen, se encendieron las luces: atrapado.

-Pero, ¿quién es usted?

-Encantado, soy Alfredo, el encargado de limpiar la iglesia.

-¿Y que está haciendo usted aquí a estas horas?

-Mi trabajo.

-Sea un poco más explícito, por favor.

-Estoy limpiando el suelo de la iglesia. Me pagan por ello. El otro día se me cayó el frasco donde se hallaba el vino y…

-¿Puede repetir, por favor?

-Se me cayó un recipiente de cristal que contenía el vino, la sangre de Jesús, o como usted quiera llamarlo. No quiero que me regañen y por eso he venido a limpiar el estropicio que había organizado.

-¿De noche?

-Verá… Es que de día trabajo en un restaurante aquí en la esquina de la calle. No tengo ni un minuto libre y cuando salgo de allí, vengo a limpiar la iglesia. No me había enterado de que aquí se encontraba la policía resolviendo un crimen…

-A ver… ¿Me está diciendo que la mancha que hemos visto era vino y que los cristales procedían de la botella que se había caído?

-Así es, mi teniente.

-Muy bien… Puede irse.

El grupo de policía se lamentaba porque les parecía absurdo todo el trabajo innecesario que habían llevado a cabo en esa iglesia. Siempre procuraban pensar en positivo y se dieron cuenta de que habían aprendido una lección muy importante y que les hacía muy felices: a veces, lo evidente está delante de tus ojos y, como piensas en que la vida es mucho más complicada, no lo ves.

 

 

Author: Castronuño

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