UN MUNDO DIFERENTE

II Concurso de relatos breves de la Biblioteca Municipal

SEGUNDO PREMIO DE LA CATEGORÍA 2 ( Niñas y niños de 12 a 14 años)

Título: Un mundo diferente

Autora: Judith Garriga Artieda, (Barcelona)

 

  • Sal de mi habitación pequeñín, no quiero que me veas así.
  • Mamá no quiero separarme ni un instante de ti, te necesito más que a nada y no quiero dejarte sola.
  • Por favor, hazme caso.

En ese momento me fui de la habitación. Me arrepiento mucho, esa fue la última vez que vi a mi madre. De eso ya ha pasado 37 años, tenía ocho años y ella estaba muy enferma por el cáncer que tenía. A esa edad, yo no era consciente de todo lo que le estaba pasando y, sin darme cuenta la perdí para siempre.

A día de hoy soy médico. Y, si digo la verdad, me dedico a esto porque quiero ayudar a toda la gente que lo pasa mal o está mala. No quiero que nadie sufra, sé el dolor que se siente, y es una pena muy grande perder a alguien para siempre. Por lo tanto, me atrevo a decir que mi “misión” es dar todo lo que esté en mi mano para ayudar a las personas.

Un día, estaba en mi salón, leyendo el periódico, vi una noticia que me llamó mucho la atención. Hablaba de la situación que se estaba viviendo en África. Allí, hay bastante gente que tiene enfermedades como el ébola, el cáncer… pero lo peor de esto, es que las partes que más están siendo afectadas de allí no tienen suficiente dinero ni recursos para tratar estas enfermedades. A diferencia de otros países, esos tienen recursos para al menos combatir, pero en cambio, hay países más pobres que no pueden ni hacer nada.

Al leer lo de ese diario se me pusieron los pelos de punta, estuve pensando, y me decidí. Tuve la idea de que podía ir allí, yo y más médicos, para poder combatir estos problemas y, evidentemente, sin que tengan que pagar mucho. Así que, el día siguiente, fui a hablar con mi jefe para compartirle la idea. Su respuesta fue negativa, pero me dio la oportunidad de hacerla. Entonces, me fui a hablar con varios compañeros del trabajo para lograr tener a alguien que me ayude. Muy pocos me querían ayudar con la idea, muchos la veían absurda y una pérdida de tiempo. Pero otros se pusieron en la piel, y decidieron ayudarme.

Durante un tiempo, todo el grupo que me quería ayudar y yo, fuimos planeando todo lo que necesitábamos, que tendríamos que hacer e ideando cómo sería el viaje. Nos pusimos en contacto con varios centros médicos de allí, para enunciar lo que íbamos a hacer. Estos, les gustó mucho nuestro plan y quisieron ayudarnos un poco, nos quisieron dar los medios de transporte para llegar allí y las viviendas para poder descansar.

Después de varios meses desarrollando la invención, la pusimos en marcha. Empezamos por coger un autocar para ir desde Castronuño (nuestro pueblo) hacía Madrid, dónde allí cogimos el avión hacía Ruanda, nuestro destino. El trayecto en autobús no estuvo tan mal, pero con el avión fue muy largo, fueron doce horas, que las utilicé para ir imaginando como sería el momento de cuando estuviéramos allí.

Después de todo ese trayecto llegamos al aeropuerto, me sentía un poco raro, porque era muy diferente al aeropuerto de Madrid, se veía más pobre, no tan bonito, lucía antiguo e incluso parecía un lugar un poco inseguro. Me dio un poco de miedo estar allí, tenía la sensación de que me iba a pasar algo, pero a la vez también me gustaba la sensación de estar en un sitio dónde no había estado nunca.

De camino a nuestros alojamientos fuimos en un pequeño vehículo, parecía un coche, pero era mucho más sencillo. Me fijé en el camino, vi a mucha gente, incluso niños trabajando muy duro, en el campo con las tierras, a hombres y niños yendo a cazar animales… Viendo esto, me di cuenta de la suerte que tenemos en España, que trabajamos para conseguir cosas, pero no a este nivel.

Llegamos al hotel, dónde allí nos esperaban cuatro hombres para llevarnos el equipamiento a las habitaciones. El alojamiento se veía viejo, sucio y muy sencillo. La verdad, es que no sé que me esperaba, porqué me impresionó muchísimo. Subimos unas pequeñas escaleras, que cada vez que pisábamos un escalón parecía que en cualquier momento la escalera se rompería. Cuando entramos por la habitación, me di cuenta de lo que nos esperaba. Era una habitación bastante pequeña, de unos tres metros cuadrados, con unas cinco camas (un poco más grandes de lo habitual), para que durmiéramos de seis en seis.

Era tarde, así que nos fuimos a dormir. Cuando ya estábamos con las luces apagadas me empecé a recordar mis últimos días en el pueblo antes de venir aquí. Mi mujer y mis dos hijos no querían que fuera aquí por lo que me pudiese pasar. En realidad, tenía un poco de miedo, este lugar era inseguro. Además lo iba comparando con Castronuño, y me daba cuenta de lo bien que se vivía allí.

Al día siguiente, por la mañana, vinieron tres muchachos de unos treinta años y nos llevaron hacía un edificio dónde nos reunimos con los representantes de los centros médicos. En esa reunión, hablamos de cómo tendríamos que trabajar y qué haríamos. El plan era: dividirnos en diferentes grupos, enseñar cómo combatir algunos de los problemas a los médicos de ese lugar. Y cuando ya controlasen más o menos el tema, hacer encuentros con los que necesiten ayuda por las diferentes partes del pueblo y curar o intentándolo a los más “necesitados”.

Esa tarde, decidí visitar un poco el pueblo, para ir conociéndolo. Había un lago cerca de las afueras del pueblo llamado Lac Muhazi, era muy bonito y muy tranquilo, me recordaba al Duero, un río que hay en mi pueblo, dónde iba cuando estaba estresado de tanto trabajar. Cuando anocheció me fui de camino al hotel a dormir, porque el día siguiente iba a ser un día muy duro.

Nos despertamos porque había mucho ruido. Bajamos rápidamente a bajo, el ruido lo provocaba el señor que estaba cocinando, que por lo que se ve, se le cayeron muchos platos al suelo y se le rompieron.

Después de comer fuimos hacía el lugar del día anterior, allí, por pequeños grupos, enseñamos varias cosas de la medicina. A la hora de comer, parecía que los médicos de Ruanda les costaban entender, pero sabían cómo actuar. Así que después de comer, anunciamos por todo el pueblo que estábamos allí, que todo aquel que necesitase algo que lo íbamos a curar, o al menos intentarlo.

Por el camino, me encontré con un colegio de niños, al principio me pareció normal, después me di cuenta que esos niños no estaban bien, me asusté, así que me separé del grupo y fui a mirar que les ocurría. Estaban la mayoría en el suelo, vomitando, con diarreas o con fiebre. Me di cuenta de lo que tenían. Rápidamente pedí ayuda para ayudarlos, la mayoría de niños estaban con mucho miedo, que si digo la verdad, yo también me asusté mucho en ese momento. En ese momento, el pánico me dominó. Pero a pesar de eso, nos los llevamos a un hospital que estaba cerca, allí empezamos con los tratamientos, estuvimos hasta el amanecer trabajando. Después descansamos, estaba muy estresado, así que decidí ir al lago para relajarme.

Al cabo de unas horas, me di cuenta de que tenía que ir al hospital. Porque el virus del ébola que tenían los niños se había extendido por la ciudad. Estuvimos desde las 9 de la mañana hasta las 8 de la tarde trabajando sin parar, había muchísimas emergencias. Me di cuenta, de que necesitábamos más gente para todo, porque era imposible hacer tanto, teníamos muchísimo trabajo para hacer y éramos muy pocos para realizarlo.

Pensé y pensé que podía hacer. Decidí contactar con gente de Castronuño para pedir que nos ayuden. Pasaron dos días de muchísimo estrés, y vinieron muchos médicos del pueblo y alrededores. Pudimos combatir contra ese virus, pero nos superó.

Un grupo de médicos y yo, volvimos a España. Allí nos reunimos con los especialistas que estaban estudiando la solución a esta enfermedad. Desde ese día, que estamos estudiando la manera de solucionarlo, estamos luchando para lograr superar a este virus.

 

 

Author: Castronuño

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